El otro día fui al gimnasio. Me planté una cutre-camiseta de las mías, de la película "Zombieland". Me gusta porque lleva serigrafiada la regla #1, lo cual es muy apropiado a la par que motivador para un lugar como el gimnasio.
"Zombieland. Regla #1 para sobrevivir: Cardio.
Cuando el virus ataca, los primeros en caer son los gordos."
Convendréis conmigo en que pega, y mucho. Inexplicablemente al adentrarme en la sala de máquinas las cintas de correr estaban semivacías. No es un hecho muy común, así que aproveché para una práctica habitual: hacer lo contrario de lo que se debe hacer en las máquinas de correr. Es decir, andar.
*Confesión virtual: me da pánico soltarme de las barras de sujección por miedo a salir disparada mientras corro. Por eso ando. Sin despegar las manos de la barra, claro.
Siguiendo con mi ritual, miré hacia la pantalla de enfrente dispuesta a disfrutar de una de las ochocientas pelíulas que suelo tragarme en el gimnasio. Sólo me da tiempo a ver la mitad, el principio o el final. Es algo bastante molesto, porque o bien me dejan a medias con ganas de más o bien me quitan las ganas de ver el principio, porque ya sé cómo acaban. Pero aun así consiguen su cometido: engancharme, y evitar que mire el contador a cada minuto.
La película que tocaba ese día no podía ser otra: ZOMBIELAND. Me tragué sin despegar la vista fácil una hora de disparos, puñaladas, sangre, vísceras y cualquier otro tipo de violencia explícita y de lo más gore.
Durante el camino a casa se me repetían las imágenes en la cabeza, muy metida en el papel. Escudriñaba con la mirada a todos los viandantes intentando descubrir algún indicio de su condición Zombie. A la vez me preguntaba qué hacer en caso de que alguno me atacase, dado que España no es América y nuestros deportes populares son completamente diferentes, no creía que fuera demasiado fácil encontrar un bate de béisbol a mano.
Entré en casa justo a la hora de la cena. Instintivamente dejé las cosas y comencé a poner la mesa. Cuando consideré que había acabado, me senté a esperar mientras los platos llegaban.
No fue hasta que estuvimos los tres a la mesa, cuando noté que mis padres me miraban ojipláticos.
- Pero hija... ¿¿se puede saber porqué has puesto SOLO CUCHILLOS??
Además había elegido los grandes, de sierra.
Intenté justificarme explicándoles mi historia de Zombieland, pero solo sirvió para alejarlos medio metro más de mí.
Creo que esa noche durmieron con un ojo abierto.
¡Jajajaja!
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