jueves, 20 de octubre de 2011

Can love change people?


Si el amor mueve montañas (o eso dicen), cómo no va a poder cambiar personas?
Es el poder del amor suficiente?

Últimamente, y por las experiencias de los que me rodean, no dejo de reflexionar sobre este tema. Hay muchas razones que apoyan ambas teorías, mi tarea es intentar resumirlas para poder sacar algo en claro.

Expondré las dos posiciones en dos posts diferentes: “Yes, it can” y “No, it can’t”.
Como ante esta usual dicotomía siempre preferimos las malas noticias antes que las buenas, comenzaré por el


No, it can't:
“Las personas no cambian”. Frase muy oída especialmente entre los que han sufrido grandes fracasos amorosos, que suele ser la gran mayoría.

Cuando conoces a alguien y surge ese chispazo, te gusta todo de él. Es la fase ciega, en la que los “errores” del otro incluso te divierten. Por un lado no existen ataduras, porque es sólo el principio, y por tanto no hay exigencias ni ganas de que te exijan. Hay una independencia que aún no se ha roto por la vida en pareja, por lo que las costumbres del otro simplemente se aceptan con la mejor sonrisa. “No me importa que salga con sus amigos hasta las mil, ¡me encanta que cada uno tenga su vida!”, “Me da igual que fume, o que vista con ropa que siempre he odiado, ¡Incluso me gustan su aspecto desaliñado!"

Por otro lado el principio es la fase álgida del marketing personal, cuando uno saca la mejor versión de sí mismo y se vende a la otra persona como si no hubiera un mañana. Todos son detalles, mensajes, empeño en que todo sea perfecto. También existe esa predisposición a verlo todo perfecto en la otra persona, porque esas mariposas de las que tanto se habla deben de tener cierto efecto alucinógeno. Algo cambia nuestra manera de ver las cosas.

Bien es verdad que esta fase no puede durar mucho tiempo, por dos razones muy obvias:

1-. Porque esa “independencia” y tolerancia cero a inmiscuirse en la vida del otro (y viceversa), se transforma con el tiempo. Los lazos empiezan a formarse, a más tiempo compartido, más compromiso. Es muy coherente, ya que cuando entablas cualquier tipo de relación personal tus expectativas son directamente proporcionales a lo fuerte que sea esa relación. A un conocido no puedes reprocharle nada, mientras que con un amigo siempre existirá ese código moral implícito que hace que se conserve esa amistad. En el caso de las relaciones amorosas, el código moral se multiplica. Empiezas a considerar “tuyo” lo que antes no lo era, y te acoges a unos “derechos” que antes no existían.
Cuando ya hay una estabilidad de pareja, la cosa cambia. No se trata de dos vidas cruzadas, si no de un plan de una vida común. Es normal que entonces “exijamos” ciertos comportamientos, porque cada decisión de uno afecta al otro. El problema es que en la fase ciega no sabemos analizar (quizá sabemos, pero no queremos) QUÉ aspectos de la persona son los que aceptamos realmente, y hacer balance. Nos lanzamos al río de los sentimientos, y quizá a mitad del camino sea demasiado tarde para cambiar el rumbo. Al aceptar a una persona desde el principio nos comprometemos a respetar su manera de ser… y a veces no somos conscientes plenamente de este acuerdo que firmamos desde el principio.

2-. Porque no puedes mantener la mejor versión de ti mismo por un período muy prolongado de tiempo. Las campañas de marketing tienen una duración determinada. Venderse está muy bien y todos lo hacemos, pero no podemos mantener ese ritmo de sobreesfuerzo porque sería sencillamente agotador. Poco a poco vamos dejando que descubran nuestras manías, nuestras rarezas y/o flaquezas. Esto no es necesariamente malo, porque pueden ser bien acogidas. Lo bueno que tiene la confianza es que poco a poco eres tú mismo por completo, y es lo que permite sentirse cómodo con la otra persona. Poder expresarse en todas las dimensiones que somos capaces. Que la otra persona nos conozca en profundidad, tal como somos. Y conocer a la otra persona tal como es, hasta en los aspectos más recónditos.

La parte negativa de todo esto es que, precisamente llegados a este punto, muchas parejas no son capaces de aceptar todos esos aspectos de la otra persona. No supieron valorar el peso que supondría la parte negativa en la primera fase, y ahora que los sentimientos son mucho más fuertes la relación se convierte en una lucha de barro por cambiar al otro.

Los defectos de cada uno son subjetivos, no tienen porqué serlo para todo el mundo.
Y hay que tener muy claro cuáles son los defectos con los que NO podemos convivir.
Si esto no se sabe ver, es cuando surge la situación de verdadero conflicto. Más allá de la banalidad de las discusiones cotidianas, el punto de inflexión viene cuando nos planteamos si de verdad somos capaces de aceptar a la otra persona, con sus pros y sus contras. Porque las personas nunca cambian, a menos que sea por ellas mismas.
Una persona no va a cambiar por mucho que se lo diga su pareja, sufran crisis y peleas continuamente. Podría cambiar en el caso de que se produjese un proceso interno dentro de sí mismo, y como parte de su evolución individual, cambiase por voluntad propia. Ninguno somos los mismos que hace unos años. Las experiencias te enseñan y las situaciones te cambian, para bien o para mal. Pero es algo que tiene que surgir y marcarnos de manera personal, no como fruto de una imposición. La cabeza, el cuerpo y el corazón tienen que sentir de verdad la necesidad de cambiar, y eso normalmente ocurre de forma inconsciente.

Con 25 años no nos comportamos en las relaciones como con 15, pero ninguno nos hemos parado a pensar con 17 “oye, voy a cambiar”. No son decisiones premeditadas, pero surgen.

Lo que tengo claro es que una persona no cambia por otra. Y lo peor es que nos empeñamos en cambiar siempre a la otra persona, en vez de intentar cambiarnos nosotros. ¿Qué clase de pensamiento irracional nos llevará a semejante incoherencia? ¿Creemos que es más fácil cambiar a otra persona, en lugar de cambiar a la persona que mejor conocemos y que más podemos controlar, nosotros mismos? Es algo absurdo, pero lo hacemos todos. Es una posición cómoda y en cierta manera tintada de ego, porque “los demás siempre son los que están equivocados”.

lunes, 17 de octubre de 2011

Silent Song


Yo estaba allí. Y lo vi todo. Primero se apagaron las luces, y entonces empezó todo. Ella estaba en un rincón, pero no lloraba. Sus manos sí que lo hacían. Se entrelazaban, temblorosas. Las manos nunca llaman la atención. Nadie parecía notar el charco que se había formado sobre la mesa, nadie veía las lágrimas que resbalaban de sus manos. Yo sí.

El sitio se llenó de una tormenta de verano, goteando gente. Primero poco a poco. Luego llegó el aluvión. Ella continuaba en su mesa, en un rincón. Sólo se movían sus manos, y su pelo. Le caía sobre la cara silenciándole los ojos. De vez en cuando lo sacudía, pero incluso cuando no lo hacía su pelo continuaba moviéndose. No hacía viento, pero creo que notaba la tormenta de verano.

Había gafas de pasta, y libros. La música no dejaba ver.

 Él recorría la pista, las mesas, las luces de neón. Hablaba, pero sólo hablaba su boca. El resto de su cuerpo no decía nada. Aunque se movía, se movía mucho.
Sujetaba una copa, después una chica. Su brazo rodeaba los hombros de un amigo, que quizá no lo era. Bailaba bajo la tormenta de verano, aunque creo que no la notaba. Cuando llegó el aluvión se dejó inundar por él. Nadaba entre la gente como pez en el agua.

Ella no se movía, no hablaba. Pero yo oía todo lo que decía, y creí que me iba a estallar la cabeza. No lograba entender cómo él no lo escuchaba. Igual es porque ella hablaba en canciones, y la música de aquel antro no le dejaba ver. Yo escuchaba todos y cada uno de los versos, como si tuviese un altavoz pegado a mi oreja. Escuchaba los acordes de su voz, llamándole. A veces sus manos acompasaban sus mensajes, pero él seguía nadando indiferente. No escuchaba todas esas declaraciones encriptadas, se estaba perdiendo la verdadera tormenta de verano.

Entonces ella se levantó de su mesa, después de limpiar el charco con su manga. Caminaba lento, no bailaba. Llegó hasta el centro de aquel lugar, y permaneció inmóvil un tiempo. Sólo sus manos y su pelo se sacudían. Yo no dejaba de escuchar sus caricias, todas se las dedicaba a él. Él no andaba muy lejos, nadando a mariposa. Sus pasos se tambalearon, y se chocó con ella. Quedaron uno frente al otro, ella levantó la barbilla. Entonces, por primera vez en la noche, pude ver sus ojos. Eran como dos luciérnagas que no dejaban de suspirar canciones, más alto que nunca. Él no se lo pensó y avanzó un par de pasos, atravesándola por completo. Las luciérnagas seguían hablando. Sus manos ya no se entrelazaban, aunque seguían temblando.

Entonces comprendí que Él nunca la vería. Nunca conocería esas palabras ni esos acordes que ella le dedicaba en silencio. No veía luciérnagas consumiéndose por el brillo. No podía notar su pelo moviéndose en la tormenta, ni sus manos, que ya no se entrlazaban.

Y si no te veo aquí, te veré en mis sueños. 

miércoles, 12 de octubre de 2011

Homeless Story

Hoy he querido rescatar historias huérfanas de este ordenador semiabandonado. 
Por muy absurdas que sean, como la que copio a continuación. 
Ocurrió hará cosa de un mes... y sí, la anécdota también ha inspirado el título de la entrada.

Llego a casa bastante tarde, o pronto, según como se mire. Los párpados se me cierran por el cansancio. Para mi sorpresa, al llegar al portal me encuentro con una pareja de vecinos que llegan también bastante tarde. O pronto, según como se mire.
Tienen unos 40 años, 3 hijas que estarían durmiendo, y creo que están un poco piripis. Me caen bien, aunque nunca he hablado con ellos. Comparto el ascensor con ellos, y mantengo mi Silencio Serio de Ascensores en el que tengo ya bastante práctica. Ella, animada, decide romperlo:
-          Te iba a decir que llegas muy tarde, pero… ¡nosotros también! – se le escapa una risilla traviesa y me hace un gesto cómplice. Por más que lo intento, no puedo cambiar mi actitud de Silencio Serio de Ascensores. Mi intención es seguirle la broma, hacer un comentario jocoso acompañado de un codazo estilo “¿eh, pillines?”, pero en lugar de eso solo me sale un:
-          Pues lo vuestro, y encima a vuestra edad, tiene mucho más delito.
No hay codazo, ni tan siquiera un ápice de sonrisa porque no puedo cambiar mi modo de Silencio Serio de Ascensores. Según estoy acabando de decirlo, deseo no haber abierto la boca. Me pregunto porqué narices he dicho eso, mientras observo la transformación en las caras de mis vecinos. Ojipláticos, se quedan sin palabras durante lo que parece una eternidad. Se hace un silencio más espeso que un puré de patata, hasta que la mujer dice con un hilillo de voz:
-          Bueno, por un día…
Su mirada está llena de culpabilidad y me da una pena tremenda. 
Quiero sonreír y excusarme, decirles que era una broma, pero mi modo SSA no me deja y sólo puedo articular un “¡Hm!” dictatorial mientras se me caen los párpados del sueño. Salgo del ascensor colorada y con actitud involuntariamente altiva.

Cuando introduzco mi llave en la cerradura, no dejo de reprenderme mentalmente. <<¿Por qué meto tanto la pata? Habrán pensado que soy una maleducada. ¿Qué me hace ser tan bocazas?>> Nada, que no abre. Pruebo con la otra llave. <<Me ha faltado echarles la bronca y decirles que les denunciaré al tribunal de la tercera edad. O castigarles en una esquina del ascensor.>> Tampoco funciona. Mis padres han echado la llave por el otro lado y no hay forma de entrar en casa. Llamo por teléfono, pero nadie contesta. Sigo escuchando ronquidos al otro lado. Me apoyo en la madera y resoplo con resignación. Voy deslizando poco a poco la espalda por la puerta hasta quedarme sentada sobre el felpudo, móvil en mano. Son las 5 de la mañana y voy a tener que dormir en el rellano. Sólo cabe una explicación: Karma


sábado, 8 de octubre de 2011

Saturday at Mario Hairdresser's

Hoy he ido a la peluquería. Nunca voy a la que está justo abajo de mi casa, porque es de señoras y sólo de señoras. Y yo aún no me he hecho tarjeta de ECI, ni digo "oyoyoyoy", ni tengo prohibido alternar los pies al bajar escaleras. Pero hoy ha podido más la pereza, y he decidido darle una oportunidad.

He bajado hasta mi portal con el mismo pie mientras sacudía la cabeza en un "oyoyoy" mental, para ir metiéndome en el papel. Al llegar he cogido una revista y me he sentado a hojearla mientras esperaba. Pasando las páginas, me he encontrado con un corte especialmente bonito. He doblado una esquinita para enseñársela a mi peluquera. Después... todo ha sucedido demasiado rápido.

Así es como me imaginaba salir después de mi super corte


Así es como he salido en realidad



Esta ha sido mi reacción tratando de escapar de mi peluquera, que se acercaba a mí tijera en mano con un "Déjame que te haga los últimos retoques" en voz de ultratumba


 Aquí viene mi cara cuando me he mirado en el espejo

Después de todo, esperaba conseguir al menos unas moneditas. 
Al final me ha tocado pagarlas.
 

Una vez en casa, he estado pensando en los looks que podré llevar con mi nuevo corte.
Nada alentador, por otro lado.


  
Y por último, asumir que esto es lo máximo a lo que puedo aspirar




FML.