lunes, 17 de octubre de 2011

Silent Song


Yo estaba allí. Y lo vi todo. Primero se apagaron las luces, y entonces empezó todo. Ella estaba en un rincón, pero no lloraba. Sus manos sí que lo hacían. Se entrelazaban, temblorosas. Las manos nunca llaman la atención. Nadie parecía notar el charco que se había formado sobre la mesa, nadie veía las lágrimas que resbalaban de sus manos. Yo sí.

El sitio se llenó de una tormenta de verano, goteando gente. Primero poco a poco. Luego llegó el aluvión. Ella continuaba en su mesa, en un rincón. Sólo se movían sus manos, y su pelo. Le caía sobre la cara silenciándole los ojos. De vez en cuando lo sacudía, pero incluso cuando no lo hacía su pelo continuaba moviéndose. No hacía viento, pero creo que notaba la tormenta de verano.

Había gafas de pasta, y libros. La música no dejaba ver.

 Él recorría la pista, las mesas, las luces de neón. Hablaba, pero sólo hablaba su boca. El resto de su cuerpo no decía nada. Aunque se movía, se movía mucho.
Sujetaba una copa, después una chica. Su brazo rodeaba los hombros de un amigo, que quizá no lo era. Bailaba bajo la tormenta de verano, aunque creo que no la notaba. Cuando llegó el aluvión se dejó inundar por él. Nadaba entre la gente como pez en el agua.

Ella no se movía, no hablaba. Pero yo oía todo lo que decía, y creí que me iba a estallar la cabeza. No lograba entender cómo él no lo escuchaba. Igual es porque ella hablaba en canciones, y la música de aquel antro no le dejaba ver. Yo escuchaba todos y cada uno de los versos, como si tuviese un altavoz pegado a mi oreja. Escuchaba los acordes de su voz, llamándole. A veces sus manos acompasaban sus mensajes, pero él seguía nadando indiferente. No escuchaba todas esas declaraciones encriptadas, se estaba perdiendo la verdadera tormenta de verano.

Entonces ella se levantó de su mesa, después de limpiar el charco con su manga. Caminaba lento, no bailaba. Llegó hasta el centro de aquel lugar, y permaneció inmóvil un tiempo. Sólo sus manos y su pelo se sacudían. Yo no dejaba de escuchar sus caricias, todas se las dedicaba a él. Él no andaba muy lejos, nadando a mariposa. Sus pasos se tambalearon, y se chocó con ella. Quedaron uno frente al otro, ella levantó la barbilla. Entonces, por primera vez en la noche, pude ver sus ojos. Eran como dos luciérnagas que no dejaban de suspirar canciones, más alto que nunca. Él no se lo pensó y avanzó un par de pasos, atravesándola por completo. Las luciérnagas seguían hablando. Sus manos ya no se entrelazaban, aunque seguían temblando.

Entonces comprendí que Él nunca la vería. Nunca conocería esas palabras ni esos acordes que ella le dedicaba en silencio. No veía luciérnagas consumiéndose por el brillo. No podía notar su pelo moviéndose en la tormenta, ni sus manos, que ya no se entrlazaban.

Y si no te veo aquí, te veré en mis sueños. 

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