Estaban mis padres dispuestos a salir a dar una vuelta, o a quedar con unos amigos, como hacían algunas veces. Mis abuelos estaban en casa por unos días, así que le pidieron a mi abuela (creo mi abuelo estaba ocupado viendo la televisión a todo volumen) si podía quedarse a mi cargo durante unas horas.
Mi hermana no estaba, no estoy segura qué planes había hecho. Pero recuerdo que no estaba en casa, y yo me moría de aburrimiento. Era fin de semana, y yo debía tener unos 6 años.
Cuando mis padres abrieron la puerta de casa dispuestos a salir, acudí como un relámpago.
- Oye, dombde mbais. – Así sonaba mi voz de entonces, siempre plagada de mocos.
- Hija, salimos un rato, te quedas con la yaya. – Recuerdo que me enfadé un montón. Era uno de estos enfados que te vienen de repente, pero se lleva gestando un tiempo. Yo era pequeña y no podía ir a ningún lado sola, por lo que pasaba, como casi todos los niños, muchos ratos en casa. Qué impotencia la de ser pequeño. Qué enfado.
- Mbero no sé porque siembre salís y yo do (esto equivale a un ‘no’). Do.
- Pero hija… - mis padres querían hacerme entrar en razón, pero no les dejé.
- Do. Yo siembre en casa do. – Lo dije muy convencida, como si hubiese formulado el lema mágico que despertaría sus conciencias. Recuerdo que mis padres se rieron mucho, proporcionalmente a mi ofuscación.
Esta frase me ha acompañado a lo largo de los años, presente en cada ocasión familiar en las que se rememoran siempre las mismas anécdotas. Mis padres la han utilizado muchas veces para tomarme el pelo.
Quizá por esa sensación de impotencia cuando era un moco (o bueno, muchos mocos juntos en una misma nariz), cuando crecí decidí pasar largas temporadas fuera de casa. Haciendo cosas. Ya sea ir de vacaciones a hacer interrail, ir de Erasmus a Italia, ir como au pair a Escocia o venir a trabajar a Londres.
O quizá no tenga nada que ver y me lo este inventado para que quede bonito. Porque he de reconocer que me considero también una persona casera, de estas que disfrutan un dia de pantuflas y peli. Pero eso no importa.
El caso es que hoy me he acordado de esa frase otra vez, y me he quedado pensando. Ironías de la vida, llevo mucho tiempo sin estar en casa. O al menos, en ‘esa’ casa. Y ahora me gustaría estar allí, pero no puedo. Qué contradicción la de ser mayor. Qué nostalgia.
Yo era muy feliz cuando me sacaban. Como los perrillos. |
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