viernes, 20 de marzo de 2015

Con la muerte en los tacones

*Aviso: esta entrada está escrita del tirón en un arranque mental de revolución e insumisión. Pido disculpas por la falta de sentido y/o ortografía.

No es mi intención comenzar una oda feminista hablando de la tortura, subyugación y elemento de sometimiento que representan los tacones. Podría hacerlo, pero no esta vez.

Solo quiero expresar mi confusión. Simple y llanamente. No es solo que odie los tacones, es que no los entiendo. Odio los tacones por una sencilla razón que todos comprenderéis: duelen. Duelen y mucho. Y están hechos para quitárselos.

Hasta que tenía 16 años, yo vivía entre algodones con mis deportivas, victorias y sandalias varias. A partir de esta edad parecía que tocaba llevar tacones, por eso de parecer más mayor, pasar a los bares y gustar a los chicos. Lo intenté alguna que otra vez. Me compré unas sandalias con 12 centímetros que solo me las puse un día para andar por casa. También unas botas blancas horrorosas que usé unos 5 días antes de esconderlas en una esquina del armario. También tuve unas Mustang, por supuesto, las botorras altas de antaño con taconazo para ir a BUT. Sí amigos, a BUT. Con ropa intercambiada con mis amigas y sombra de ojos morada extendida por todo el párpado sin compasión. 

Ya con 18, acepté que yo no estaba hecha para llevar tacón y volví a la felicidad de las nike dunk, vans de cerditos voladores y las zapatillas molonas de Fuencarral, por entonces muy de moda. 

Desde entonces he estado luchando contra ellos y las situaciones sociales en las que parecen imprescindibles. Cenas de empresa, actos oficiales, nochevieja. 

La penúltima vez fue una cena de empresa en Marbella, en la que supuestamente todas las chicas iban a llevar taconazo porque si no QUEDABAS MAL Y LO SABES, así que yo me agencié unos de 18 centímetros y me los planté ese día. Resultado: de camino al sitio, tuve que ir agarrada (no apoyándome, no: literalmente agarrada cual persona que está aprendiendo a andar) a mi compi Potri, y aun así tuve 3 torceduras de tobillo con sus correspondientes amagos de clavar mi dentadura contra el suelo. Sí, llevaba 18 cm de tacón, pero más que glamour lo que evocaba era lástima. Cuando Potri me sentó a la mesa, tuve que aguantarme las ganas de ir al baño por miedo a ponerme en pie sobre mis zancos y acabar en el suelo. Fue horrible. Al acabar la cena y sin poder aguantar más, mandé a Pitis al glamour y me cambié por mis chanclas de la playa. El señor Madriz, informático en la empresa, se mofó de mí durante el resto de la noche, pero yo volvía a sonreír y a ser una persona que sabe andar sin caerse.

La última vez de todas fue en la boda de mi hermana, en la que llevé un tacón bastante moderado que duró lo mismo que la misa. Según salí de la iglesia tambaleándome, me quité con rabia esos instrumentos de tortura y pasé el resto de la noche con los pies negros de andar descalza. Y tan agusto.

Ya no ha habido más veces desde entonces. Aprendí que los tacones y yo no estamos hechos el uno para el otro, es más, no creo que estén hechos para nadie. Pero entonces llegó este año, y esta boda a la que estoy invitada, y este vestido precioso largo que me he comprado. Y cómo no, necesito unos zapatos. Y yo lo que quiero es ser práctica y llevar unas malditas sandalias planas, que es lo que con lo que voy a acabar igualmente. Le he enseñado esta mañana algunos modelos que me gustan a mi madre, y su respuesta ha sido firme:

- Cariño, tú eres más elegante que eso. Con ese vestido largo precioso que te has comprado no puedes llevar tacón bajo, le pide un tacón alto a gritos o lo destrozarás. 
- ¡Pero qué…! ¡Qué voy a destrozar! Mamá, yo paso de tacón alto. No es elegancia, es tortura. 
- Bueno hija, pues te llevas unas manoletinas planas en el bolso y luego te cambias, como hace todo el mundo.

Y tiene toda la razón, es lo que hace todo el mundo. ¿Pero estamos tontos todos o qué? Llevamos clutch o bolso pequeño, un monedero mínimo, pero nos parece lo más normal del mundo llevar 2 pares de zapatos a una boda. Tócate los cojones Mariloles.

Y digo yo, ¿no podremos llevar unos, con los que vayamos a acabar igualmente? ¿Tenemos obligatoriamente que pasar por el momento faquir de morirnos de dolor por intentar andar con 2 agujas durante algunas horas? Por otro lado, ¿qué mierda tiene que ver elegancia con tacón alto? Es decir… yo no soy precisamente una torre. Mido 1’63. Pero vamos, que básicamente esto viene a decir que da igual lo que lleve puesto, como si es un vestido de seda fina confeccionado con los mejores materiales, si no llevo tacón no voy elegante y punto. Ergo, si nunca me pongo tacón, nunca seré elegante.

¡Pero qué chorradas! De verdad, es algo que escapa a mis entendederas. Y repito, no es oda feminista. Nunca os podríais un chaleco hecho de metal ardiendo, ¿verdad? Y ahora, ¿podríais decirme por qué? Pues porque duele. No hay más. 

¿Y si os dijeran que lo que podéis es hacer es ponéroslo un ratito, unas horas, y luego ya cambiaros a un chaleco normal? ¿No les aconsejaríais chequearse su estado mental?
Pues no sé por qué en el caso de los tacones es diferente. Los tacones están hechos para quitártelos, y soltar ese “aaaahhh” de alivio y pensar que es la mejor sensación del mundo , cuando realmente es la sensación NORMAL. 

A veces no sé si el mundo está al revés o soy yo la única que no llevo tacones. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario