He estado ausente un largo tiempo, lo sé y también se ha hecho largo para mí. Una semana sin escribir no es bueno para nadie, es más, debería de ser ilegal en cuanto a bloggers se refiere. Pero tengo una buena excusa: he estado asumiendo, digiriendo y madurando esta próxima entrada, porque no es nada fácil de contar. Mi experiencia me provocó un estado de shock, poco después llego la euforia descontrolada mezclada con risa histérica y luego la investigación enfermizoexhaustiva a través de la red de redes. Lo más probable es que no tengais la menor idea de lo que estoy hablando, pero me he curado en salud desde el principio. Hard to explain.
Empezaré por el principio, como toda buena historia previsible.
- ¿Es la siguiente parada? - hacía un calor sofocante dentro del autobús. Rogué a Dios que mi madre contestase con un "sí, cariño, no te preocupes" de los suyos. Después de todo algo se le tenía que haber quedado de antaño, cuando éramos crías y ella era la supermujer quetodolosabe y todoloarregla. En lugar de eso le dió un puntapié al atisbo de inocencia que me quedaba.
- Ya te he dicho hace 3 paradas que no, que no es la siguiente, ¡aún queda!
Así que, lanzando el mayor resoplido de la historia (con la única esperanza de que el conductor me oyera y se apiadase de mí) decidí elegir un buen tema de conversación para distraerme. No tuve más que mirar de nuevo la cantidad de bolsas que colgaban de mis dedos. Bendita sensación de felicidad efímera, consumista y orgásmica at once... Aun siendo consciente de la prematura muerte de ese estado cúlmen de emoción irreprimible tras una buena compra, no por ello demonizo de manera frívola e hipócrita el consumismo. Sé lo que es, y lo disfruto dentro de sus límites.
-¿A que son preciosos los zapatos de topshop? - Mi madre despertó de su letargo, aunque no parecía muy sorprendida por mi pregunta. Quizá porque la había escuchado un trillón de veces.
- Sí hija sí, son muy monos.
-¿Monos? ¡¡Son super cool!! - Y entonces entré en el trance del síndrome Sex and the city que padezco. Me ocurre algunas veces. Empecé a relatarle minuciosamente cómo sería mi futuro perfecto, dentro del mundo de la moda. Cual Carrie Bradshaw, escribiendo artículos para Vogue desde cualquier punto del planeta. Con mi apartamento, mi ordenador y mis tiras de artículos reflexivo-humorísticos en base a lo que me rodea. Siendo invitada a fashion events y quedando para el brunch con mis amigas de siempre. Con una habitación entera solo para zapatos y vestidos de Óscar de la Renta entre otros. Saliendo por salones full of glamour o bares a la última que nadie conoce. Y por supuesto, cambiando la resignación del calimocho por cosmopolitan, manhattan o sex on the beach. Sooo cool.
Cuando regresé al planeta Tierra mi madre me miraba ojiplática.
-¿Qué? ¿Es ya nuestra parada? - Sin inmutarse, dejó escapar una sola frase:
- Hija: tienes una cantidad de pájaros en la cabeza que no es normal.
Solté una carcajada. Un poco avergonzada, admití que tenía razón. Mi discurso había sonado totalmente infantil, como esas niñas que se montan sus castillos y te explican concienzudamente qué van a hacer cuando sean princesas. Porque lo van a ser, eso ni se lo cuestionan. Me negué a culparme por soñar. ¿Qué hay de malo en imaginarse situaciones idílicas, aunque sepas -a diferencia de las niñas-princesa- que distan años luz de la realidad? Yo no fui una niña-princesa. Mi físico no me acompañaba, por lo que preferí dedicarme a dibujar seres raros como yo y llevarles siempre conmigo como amigos imaginarios. Así que ahora estoy en mi pleno derecho de ejercer como teenager-carriebradshaw.
Habiendo aclarado esto a mi señora madre y jurándole que, aun con tales delirios, seguía en mis plenos cabales, proseguí. Decidí transmitirle mi sensación a través de un ejemplo que viví hace poco. Por supuesto, en Edinbra. Por supuesto, muy Sex and the city.
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