Los días grises son los mejores para escribir, o eso dicen. Lo que no dicen es que sólo producen cosas grises. Y de esas ya tenemos todos, así que no interesa mucho leerlas.
Son grises por una sencilla razón: están a medio camino entre la luz y la oscuridad. Son las que salen cuando tu estado de ánimo escapa del mínimo atisbo de sonrisa pero a la vez consigue huir del sofoco descontrolado que empieza y acaba en el mismo lugar: en lo más hondo.
Son grises porque se quedan a medio gas, no es alegría pero tampoco dolor. Quizá sí punzadas, de las ácidas, de las que se clavan hondo, combinadas con pensamientos envalentonados. Y de una mediocridad tan gris, como los días nublados que apenas dejan caer algunas gotas, no puede salir nada útil.
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