El domingo fui al Día de la Música 2011 de Heineken.
No sé por qué se llama “día de la música” cuando son 2 días, pero bueno.
Yo he venido aquí a hablar de mi libro.
Fui aunque estaba muy cansada y mi cuerpo me pedía un domingo típico, de sofá y peli y todo eso. Pero el cielo estaba de un humor Little Miss Sunshine y nunca puedo negarme a señales como esas. Y si se trata de música y cuando mi economía me lo permita, siempre estoy disponible.
De camino allí, cogí un metro lleno de modernos. Nunca me había visto tan rodeada de ellos a plena luz del día, y me gustó. Aunque me meto mucho con ellos, los modernos me gustan. Yo misma tengo cosas de moderna, lo admito, aunque no lo soy el 100%. Ni siquiera el 50%.
Me pasé todo el trayecto observándoles al detalle.
Cuando llegué allí, me senté en los primeros escaloncitos que vi a esperar a mi amiga Nut. Me pesaba todo el cuerpo, por eso me había decidido por el vestido más ligero que tenía en el armario. Había olvidado las gafas de sol en casa de mi hermana el día anterior, pero no quise renunciar a taparme mis ojos de cansancio –con sus respectivas bolsas del caprabo- y terminé por coger las horribles gafas de mi madre. No es que sean horribles en sí, es que el modelo aviador siempre me sentó como un tiro en la nuca.
A pesar de todo me las puse, mientras whatssaepaba para aligerar la espera.
Al ratito apareció Nut, morena como siempre. Había elegido su ropa con acierto, falda negra y camiseta morada. El morado siempre me ha sonado a Nut, no sé por qué razón. Por el contrario, yo había elegido un vestido blanco ibicenco que resaltaría mi moreno si lo tuviera. Como estoy de un blanco nuclear, simplemente se mimetizaba con mi piel asemejándome a copito de nieve. Pero era ligero, así que estar vestida o no con acierto me importaba un soberano bledo.
Una vez salimos del metro, nos dispusimos a tomar una caña casera. Esto es, de estas que te puedes tomar en la calle. Nos dirigimos a las cercanías del recinto y pasamos junto a un sorteo organizado por el festival. Como buenos modernos, sorteaban una bici. Supongo que sería retro, claro, si no no tendría mucho sentido y se rebajaría su status a tómbola de pueblo.
Estuvimos un rato en un portal de la casa más habitada del mundo, porque no paraba de entrar y salir gente y más gente y no podíamos sentarnos a gusto en su rellano. A punto estuve de recriminarles su falta de educación, pero me reprimí por eso de guardar fuerzas. Las necesitaba.
Cuando entramos al festival debimos de andar 1 kilómetro por lo menos. No llegamos a Mordor, pero casi. Desde que nos revisaron el bolso hasta que nos pidieron la entrada pasaron 20 minutos largos andando. Al acceder por fin al recinto, se me contagió el espíritu festivalero.
A partir de ahí hicimos lo de siempre: comprar tickets calculando fatal (sólo a una mente retorcida puede ocurrírsele la idea de los tickets para que la gente tenga que pasar de euros a tickets y de tickets a minis), cotillear todos los escenarios, fichar los diferentes puestos de comida de modernos (en los que el plato estrella era el gazpacho y el humus, por supuesto).
Luego ya empezaron los conciertos y eso y casi no nos enteramos de quien toca en el escenario al que vamos, pero al final sí y nos gusta. Nos acompañan el novio de Nut y sus amigos, unos modernos de pro que nos camuflan bien entre la gente.
Me arrepiento de haber dejado en el último momento en casa el gorro de paja redondito. Pienso en él, en el sol, y lo echo de menos.
Antes de que acabe el concierto de Janelle Monae salimos pitando para el escenario de entradas, que toca Russian Red y queremos verlo bien. Mientras esperamos a que empiece, hablamos. Solemos hacerlo a menudo. Hablar. Empieza el concierto y seguimos un poco con la conversación, porque no habíamos terminado. Somos solo dos chicas con voces dentro de la escala habitual, hablando de algún tema cualquiera.
Las dos chicas de atrás no deben verlo muy normal. O están sordas y no pueden escuchar la voz de Russian Red que sale por los 10.000 altavoces e inunda el recinto entero, o son extremandamente sensibles a las conversaciones ajenas, pero nos piden que bajemos la voz. En un concierto al aire libre, en una conversación en tono normal, nos llaman la atención.
Nos indignamos.
Mientras Lurdes sigue encima del escenario, con un vestido precioso y rodeada de elegantísimos músicos de traje negro. Pienso que sin duda, además de una voz preciosa tiene mucho estilo.
En este concierto no nos acompañan nuestros amigos modernos, pero nos unimos a ellos después. Queremos coleccionar minis vacíos para conseguir la bici y ser unas buenas modernas. Con ayuda, conseguimos apilar 21 y vamos corriendo al tienducho a pedir nuestra bici. Cuando llegamos, nos dicen que la bici ya ha sido sorteada y solo pueden darnos un abrechapas. Qué decepción.
Aun así, Nut ha sabido sacar partido durante toda la tarde y ha ido regateando minis con un éxito pasmoso. Intento ficharla para el FIB, creo que puede realizar una excelente tarea abaratando los costes.
Nos sentamos de nuevo al pie de escenario, esperamos y seguimos con esa rara costumbre que tenemos, hablar. Nos encontramos a gente conocida, de estas que no te esperas encontrar y después de saludarles piensas que tu vida hubiera sido la misma si no te les hubieras encontrado. Empieza el musicón, a saco, y los modernos bailan y sudan y enloquecen por momentos y yo tengo miedo a veces, pero me mimetizo con el ambiente y salto y bailo y me lo paso bien. Hace horas que no me acuerdo del cansancio, ni de lo que me pesa el cuerpo ni lo ligero que es mi vestido, aunque sea blanco. Me suelto el pelo literalmente, y no puedo dejar de reírme porque es lo que me ocurre cuando me estoy divirtiendo mucho.
Entonces ya es tarde, y vacilo un poco a Nut con que al día siguiente me negaré a ir a trabajar. Mentiré y no iré y la dejaré ahí. Y dormiré todo el día. Nut se indigna mucho, dice que le toca a ella. Que no puedo hacer eso. Yo me río y simulo un tirón en el cuello, Nut se chiva a su novio de lo que pretendo hacer.
Al final ya decidimos que está bien de hacer el tonto y bailar de formas raras y mentar a palomita te quiero, así que nos despedimos. Cuando nos dirigimos a la salida tenemos mucha hambre, así que nos paramos en un puesto a comprar un wrap vegetal de moderneo. Nos contesta una mujer con cara de guiri cansada, hace 5 minutos que ya no sirven comida. Pienso en lo mal planteado que está eso, y la poca rentabilidad que van a sacar del post-concierto, el cansancio y la hambruna de madrugada.
Después del kilómetro de rigor, conseguimos salir del Matadero de Madriz.
Cogemos un metro mucho más vacío de modernos, porque siguen dentro del festival. Les echo de menos. Cuando llego a mi parada tengo que pedir un taxi, porque ya no hay buses a mi cerrito. A veces me molesta vivir en un cerro.
El taxista es muy amable, no me molesta con conversaciones absurdas que ninguno queremos tener, solo me mira de reojo para ver si estoy bien. Lo estoy. Pero ahora si que noto como me pesa todo el cuerpo, y solo me apetece dormir. Y comer. Pienso en mis cosas hasta que veo la puerta de mi casa y le aviso que, como le dije al principio, me bajaré a sacar dinero. Me contesta tan amable como cuando me subí, y yo bajo corriendo para no hacerle esperar. Cuando ya le he pagado y estoy andando hacia el portal, noto como el coche va avanzando despacito, paralelo a mí. Cuando ve que abro la puerta, se detiene por completo hasta confirmar que entro sana y salva. Yo observo todo eso estupefacta, porque un taxista extranjero al que no conozco se está preocupando porque una chica sola esté a salvo de camino a su casa. Me parece entrañable. Creo que es algo que todos los chicos debieran hacer y sin embargo no lo hacen. La caballerosidad es un valor que se está perdiendo.
Decido que escribiré una disertación otro día sobre esto, y me acurruco en la cama de un salto. Mañana será otro día en el que no habrá tirón, ni historietas, e iré al trabajo.
Hay que saber estar en los días de la música y en los días que no lo son.
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