Quién nos enseñó a no lamentarnos?
Todo lo que se mueve es pólvora. El viento, las hojas. La moqueta de la oficina.
El muro nunca fue derribado. No era más que un espejismo.
Tú estabas ahí, sentado. Yo entorné la puerta, me senté y no
lloré.
Estiré las mangas del jersey hasta que envolvieron mis manos,
y me cubrí el rostro.
Seguías ahí. A pesar de la puerta. Del jersey, y de las
mangas.
Es extraño verte al otro lado. Siempre pensé tenerte en el mío.
Aunque a veces me olvidara de cogerte de la mano.
- " Vete lejos, pero no sueltes mi mano"
Todo tiempo es muerto.
No sé porqué nos empeñamos en
matarlo, jugando a la vida.
Jugándonos la vida.
Caminaba sobre la barra, balanceándose para no perder el
equilibrio. El chico de la puerta le mandó bajar de un grito, pero no hizo
caso. La madera crujía bajo sus tacones, y aunque apenas podía oírlo, la
sensación le gustaba. La recorrió tres veces, una en cada sentido. Con los
cinco sentidos. Sus pies notaban el abismo, que no era tal. A pesar de los
tacones. Podía oler el humo de palabras palpitantes. Atraía todas las miradas,
aunque no veía ninguna. Saboreaba el éxito del funambulista, efervescente. El
sonido del bar retumbaba en cada centímetro de su piel. Se deslizó junto a la
pared, despacio. Un tacón en el suelo, luego el otro. Sintió el ardor del autor
de novela atormentado, ése que siempre echa la pava porque la vida se le ha
atragantado. Apretó la copa como si fuera a escapársele. Los colores se
condensaron hasta convertirse en uno. La anestesia comenzaba a perder su
efecto, pidió otro whisky. De pronto el tiempo se le antojó eterno, y no supo
muy bien qué hacer con él.
Las noches pueden ser muy largas. Especialmente con los ojos
cerrados.
Deberías dedicar un rato a esta página, en mi opinión, la mejor escritora de microcuentos que conozco.
ResponderEliminar¡Un abratriz!
OLI I7O