lunes, 29 de agosto de 2011

Estamos muertos... otra vez.


Hoy tengo un día trascendental.
He de decir que no suelo tener días trascendentales al uso, de plantearme el sentido de mi vida, de donde vengo y hacia dónde voy. De donde vengo poco importa, aunque creo que esa parte la tengo bastante clara. A dónde voy nunca lo he sabido con exactitud, pero tampoco he sentido ese miedo al abismo. Porque de una forma u otra, voy. Si alguien me preguntase “¿Qué va a ser de tu vida?” probablemente respondería con un “No lo sé, de momento me gusta la que estoy viviendo”.

Mis días trascendentales no son tan inútiles. Al menos, no en esa dirección. Más bien se basan en recuerdos, canciones, una mirada hacia atrás para hacer un balance emocional. Como he dicho muchas veces, creo que mis neuronas están interconectadas a través de acordes. Mi mente se rige por un mecanismo musical, no puedo hacer nada por evitarlo. Tampoco quiero.

Hace tiempo que se balancea una canción entre mis pensamientos. Entre uno y otro, como si fueran lianas, aparece. No sé cómo ni por qué, pero a veces me sorprendo cantándola en alto. A veces el inconsciente nos habla de muchas maneras, el mío prefiere las canciones.

Hoy ya no he podido más. He tecleado sin parar y he dejado que el ordenador escupiera por los altavoces la melodía, la letra, los acordes, el sonido de las guitarras y esa voz. Todo ha sido premeditado.
Y de pronto ha vuelto esa sensación. Y esos días, y ese azul. Y ese azul no va a volver.



Puertas, pasillos, mañanas largas de café. ¿Dónde está el teching machine? Paseos por la orilla de Madriz, brindis con tercios de champagne. Todo se irá cuando te duermas. Y me cogía la cabeza y la metía en su jersey. Portales que hablan, horas en vela y sin luz. Viajes de cuatro estaciones, y despertarnos unos a otros al llegar. Mi infancia ha sido tan larga que nunca acaba de terminar. Como jugar con los coches, o tirar piedras al cristal de aquel portal. Podía contagiar a toda la ciudad… sin hablar.
Noches arreglando el mundo, nadando sobre asfalto o entre nubes navegando a la deriva. Las cosas que más me gustan siempre me hacen llorar, y el aire ahora me sobra alrededor, y el tiempo ahora se queda en nada. Bulevares de sueños sin destrozar, abrazos sin edulcorantes. Escribir mensajes en puentes y luego saltar. Aplastar castillos de arena, pero nunca de aire.
Siempre que no tengo sueño y no puedo descansar invento más de mil palabras. Intento que suenen de forma genial, intento que no digan nada. Tengo que dejarte o no voy a llegar, me gusta cuando duermes y odio madrugar. Estar todos no parecía tan difícil.



…Se irán, se perderán, se irán, se perderán… ¿Dónde estabas entonces?

jueves, 18 de agosto de 2011

Soaked (EmPapa2)

Al principio quise no enterarme demasiado. Incluso me hacían gracia. Cuando advertí las Calles de Madrid inundadas de fans, me hice a la idea de que llegaba otro Justin Bieber. Total, la mayoría eran adolescentes sin ningún sentido del ridículo que no dejaban de cantar los temas de su ídolo.

Luego los veía más bien como un grupo de scouts multitudinarios pasados de azúcar glass.
De ahí sus gorros estrafalarios y horteras, su euforia constante y sus consignas de grupo. Están preparando otra excursión al fin del mundo, pensé, y tienen que vender sus galletitas. Sólo que, bueno, es evidente que se han pasado echándoles azúcar glass… y se les ha ido totalmente de las manos. Ya se sabe como son estas drogas.

Más tarde les rehuía, como si tuviera que esconderme de una invasión que había venido a captar a los desalmados que poblamos la capital. Y nunca mejor dicho. En el metro les esquivaba, en caso de que fuera posible, y colonizaba la última esquina del vagón. Me ajustaba los auriculares hasta el tímpano, segura de que sus inocentes letras contenían dosis hipnóticas. “Me quieren para ellos, y no pararán hasta verme cantando a gritos ‘Alabaré alabaré, alaaaabaré a mi señor’”. Temblaba a veces, porque el vagón se movía demasiado y me estampaban sus mochilitas contagiosas en la cara. Estaba convencida de que esos colores de parvulario escondían otras intenciones. Captarnos a todos. Acaparar la atención inevitable hacia los colores vistosos, y ¡Zas! Lanzar la red del Señor y llevarme en su barca, que han dejado en la arena seguro. Mirarme a los ojos, sonriendo, y decir mi nombre. Y junto a ellos, buscar otro mar.Cuanto más lo pensaba, más fuerte me balanceaba en posición fetal.

En el trabajo estaba a salvo. En casa también, aunque daba triple vuelta a la llave por miedo a su omnipresencia. Luego llegaron los bombardeos en las noticias, las peleas entre ateos y peregrinos y sus consignas de “¡Pim-pan-pirulé, Jesucristo, oé!”. O también “¡Somos drogadictos, nuestra droga es Benedicto!”. Nadie decía nada del azúcar glass, pero para mí estaba muy claro. Las galletitas tenían la culpa, pero todo estaba llegando demasiado lejos. Manifestaciones callejeras anti-scouts, atentados anti-ateos, alojamiento, comida y sanidad gratis para los fanáticos pero no para los parados.

Es entonces cuando el miedo atroz se instaló hasta en la última de mis células. Y digo atroz al estilo Joey Triviani, pero miedo al fin y al cabo. Hasta en mis sueños aparecen invasores italianos, mexicanos y franceses con sus biblias y sus mochilitas llenas de cookies. Y colores, muchos colores. Y todos cantan, colocados, y no me dejan escuchar Fluorescent Adolescent, y me acuerdo de la madre que parió a todos los dulces.

 Tengo miedo, un miedo atroz. Pero miedo al fin y al cabo.

¿Justin Bieber? No. Marea humana de Scouts Católicos (Literal. Foto sacada de su website)

viernes, 12 de agosto de 2011

GYM RULES

Hay cosas de los gimnasios que no entiendo. Cosas que se me escapan.
Voy a resumir porque hoy es viernes, y además es un viernes de verano, lo cual significa pereza infinita hasta para deslizar la vista. Sí, esta expresión que suena tan liviana y parece hecha casi de aire, cuesta horrores en días como hoy. Precisamente porque aire no es lo que sobra, y la pesadez se apodera de nosotros.

Inexplicablemente días como hoy yo voy al gimnasio, porque suelo hacer cosas así de incoherentes.
Llevo algunos meses yendo a este curioso lugar, y cada vez que voy me indigno sobremanera por cosas como éstas. Cosas que, sencillamente, se me escapan.

1-.Debería existir una cláusula en la inscripción de todo Gym en la que se asegurase a la víctima que no existe NINGÚN TIPO DE UNIÓN entre ella y el resto de usuarios, y esto es así. Ya que vas a pasar allí unas cuantas y preciadas horas de tu vida, por lo menos deberían darte una copia de todos los nombres y apellidos que lo frecuentan, y sus horarios. Antes incluso que el timetable de las clases, lo que debería exigir toda víctima es una lista de usuarios. Para evitar precisamente esa obligación a cruzarte con quién no quieres, lo que es peor, a sudar durante horas justo al lado de quien no quieres. Y es que no puedes escabullirte con un "no, he quedado" o "bueno, si es que ya me iba", o "qué alegría verte, pero es que llevo prisa". NO, porque estás en un gimnasio, y eso es igual a una cárcel en la que estás obligado a quedarte, mínimo, una hora. Así que lo máximo que puedes hacer es cambiarte de máquina y esperar tu incómodo encontronazo no decida trabajar los abdominales ese día.

Otro de los motivos que sustentan la necesidad de esta cláusula es la libertad a ir como te salga de las narices. Yo soy de las de estar por casa. No tengo outfits especiales de gimnasio, salvo unas asics que me sirven lo mismo para un partido de voley que para una clase de spinning. En cuanto al resto, me gusta combinar leggins de dudosa calidad con camisetas de domingo en el sofá. Yo al gimnasio voy a tener mi momento de intimidad, lo único es que tengo que compartirlo con cientos de personas. Pero eso es un detalle que no me importa. Lo que sí me importa es conocerlas. Porque puedes tener tu perfecta intimidad rodeado de desconocidos, con tu moño despeinado, tu flequillo recogido y tus camisetas de domingo hechas un nudo. Pero NO PUEDES HACER NADA DE ESO si conoces a una sóla persona en el lugar. Te estallan tu burbuja de pasividad y tienes que preocuparte por tu aspecto, por si estás demasiado mojado, o por tus outfits pasados de moda hace siglos.

Y lo peor no acaba aquí. Lo peor viene cuando uno de esos conocidos se acerca cuando estás en pleno auge atlético, dándole a la elíptica como si no hubiera un  mañana, y se apoya tan tranquilo dispuesto a mantener una conversación. Tú intentas mantener el tipo a la vez que la respiración, hilar frases coherentes e intentar que las gotas de sudor no desvíen demasiado su atención. Y mientras, por dentro, deseas usar una onda vital devastadora y hacerle desaparecer en ese mismo instante. "En serio, ¿Quién te hace pensar que es un momento idóneo para hablar cuando no puedo ni respirar, IMBÉCIL??". Pero eso no lo dices. Sonríes, te secas con la toalla con delicadeza y lanzas otra pregunta, esperando que se enrolle lo suficiente como para darte tiempo a recuperarte de la parada cardíaca.

Conste en acta que apoyo el ir con gente al gym. Pero con la gente que tú elijas, no la que te impongan las circunstancias. Eso se avisa. Yo voy con mi amigo Mos, que es el mejor amigo del mundo por muchas cosas, entre ellas porque puedo ir con él al gimnasio. Y llevar mi coleta y mis horquillas y mis pintas, y sudar como si fuera la primera vez y mientras hablar, incluso reírme y hacer chistes. Pero que cada uno decida su compañía, por favor, que no nos coarten la libertad.

Y, por supuesto, absolutamente prohibido saludar con dos besos. POR FAVOR.

2-.Alguien debería avisar a los motivados de gimnasio que existe cuerpo más abajo de su cintura.
Sinceramente, no creo que hayan reparado en ello en todas las horas que llevan acumuladas a sus espaldas (y nunca mejor dicho). Y me dan lástima. Alguien  debería unirles en plan terapia, un "tenemos que hablar" bastaría. Y una vez sentados, hablarles de partes como los muslos o los gemelos. Enseñarles ese trozo del cuerpo humano que la serie de dibujos no les supo mostrar. Creo que les ayudaría bastante.
Entre otras cosas, a compensar un poco su figura. Nunca entenderé el porqué de ese Modelo Croissant a alcanzar. Me parece de las cosas más horribles del mundo, pero lo respeto. Lo que no puedo respetar es la ignorancia de su propio cuerpo, porque debería ser ilegal. ¿O es que las piernas no es una parte importante del cuerpo? ¿Porqué esos desprecios? ¿Porqué las relegan a ser los alambres que sujetan sus antebrazos de 8 kg cada uno, y sus espaldas inabarcables? ¿Purqué? Alguien debería luchar contra eso, y contra el envoltorio azul de los sugus de piña. Y eso es así.

3-. Añadiría además una orden de alejamiento a todos los monitores.
Eso sí, que pudiera quebrantarse cuando la víctima así lo requiriese, y volver a restablecerse en cuanto esta misma hiciera un gesto clave. Por ejemplo, un "go away baby" al estilo negra de Broocklyn. Esto ya sería a elección.
Pero como he dicho, el gimnasio es un momento de intimidad. Y sí, los monitores son necesarios debido a nuestra innegable inutilidad frente al ejercicio y las nuevas tecnologías, pero hasta ahí. Hacer tablitas, dar consejos, y aire. Déjame ponerme los cascos y por favor, no me hagas quitármelos en mitad del temón para responderte a tu diario "qué tal lo llevas". Si ves que pedaleo, estoy por el buen camino.
Dejar claro que agradezco su amabilidad extrema y su preocupación maternal por las víctimas, pero me resulta innecesaria, incómoda y potencialmente ilegal. Si no deseo hablar con conocidos por mi propia salud, por riesgo de descoordinación, etc... ¿Porqué querría hablar con un superdesconocido?

4-. He dicho que iba a resumir, pero lo cierto es que nunca he sabido hacerlo. Es un trauma que dejaré para otro día. Lo único que sé hacer es cortar a mitad para no escribir biblias diarias, así que aceptad pulpo como animal de compañía. Podría seguir con vetos directos a las miradas fijas de personas del sexo opuesto, por ejemplo. Esas personas que quién sabe por qué, deciden clavar su atención en ti durante el tiempo que aguantes sobre la máquina, sin importarles si a ti te apetece hacer de escaparate o no. O con las señoras que te meten prisa para que acabes ya, porque creen que están en la cola del súper y les toca a ellas. Podría seguir, porque hay muchas cosas que se me escapan.

Pero es viernes. Y es verano. Y aunque los resúmenes nunca han sido mi fuerte, siempre se me dieron bien las despedidas.










domingo, 7 de agosto de 2011

Time to wake up

Hoy me he despertado de un sueño. En realidad, de varios. Ha sido un sueño raro.

Yo estaba en el Polo Norte, pero inexplicablemente hacía buen tiempo. No sé cómo había conseguido reunir el dinero para llegar hasta allí, pero parecía un destino de lo más cool. Me acompañaban mis amigos. Amigos que conocía y otros que no, pero allí estaban y en ese momento eran los mejores amigos del mundo. Entre ellos estaba Matías Prats. No me digáis porqué, pero era de los más íntimos y me gustaba. Yo le llamaba Matías, porque así es como le llamamos sus amigos.

Recorríamos los caminos que bien podrían haber sido holandeses en bicicleta, tal vez porque éramos unos modernos y no nos habíamos dado cuenta. Había arena, porque aunque era el Polo Norte, en un sueño puedes decidir que haya arena si te da la gana. De pronto llegábamos a un río, que empezaba a ser una parte cada vez más grande de la ciudad. Tanto, que llegado un punto ya no podías avanzar, ni en bicicleta, ni andando, ni en monopatín. Había que coger una barca y surcar la ciudad, porque aunque bien podría haber sido Venecia la realidad es que estábamos en el Polo Norte y hacía sol.

Mientras, mis amigos reían, hacían bromas y todos usábamos nuestras cámaras réflex para inmortalizar nuestro viaje al destino más cool del mundo. Y luego si eso, ya las colgaríamos en el facebook.

Después del río se extendía una explanada de nieve, porque así es como debía de ser el Polo Norte. Con nieve y esas cosas, aunque el sol parecía dispuesto a no abandonar. Nos montábamos en un trineo enorme, de esos que sólo existen en las películas americanas y que da la sensación de que en cualquier momento vendrán un puñado de renos voladores a tirar de él. Los renos no vinieron, pero nos deslizábamos como si hubiésemos nacido para conducir trineos gigantes.

Entretanto, discutíamos sobre dónde íbamos a pasar la noche. Aunque el sol pretendiese cerrar los bares, lo cierto es que en algún momento iniciaría la retirada. Y en el Polo Norte, más te vale tener un buen sitio donde dormir. Como no contábamos con ello, pensamos en dormir en la estación como cualquier interraíl que se precie. Porque está claro que allí había estación, al igual que aeropuertos, bicicletas, barcos y trineos.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme rodeada de amigos que conozco. Los que me rodeaban sí que les conozco de verdad, a todos menos a Matías, que también dormía con nosotros. Cuando me he despertado he sido testigo de cómo algunos de ellos despertaban a sus parejas, de la forma más cariñosa que he visto nunca. Juro que ni en la vida real he visto un despertar tan bonito. Yo me limitaba a observar, entre estupefacta y conmovida. Estupefacta porque me resultaba difícil ver algo de verdad en sus palabras y en sus gestos, conmovida porque seguramente presenciaba la verdad más absoluta de todas.

Y, entonces, me he despertado de verdad. Y al abrir los ojos, todo era mucho más confuso, difuminado y borroso.