martes, 22 de agosto de 2017

Acerque, padre

Esa es una de las frases que más le dedico a mi progenitor. "Acerque, padre". En realidad es un guiño a lo que siempre le dicen mi madre y mis tías a mi abuelo, al que toda su vida han llamado de usted, cada vez que van a servirle comida. Porque por supuesto, aunque haya 20 personas en la mesa y mi abuelo tenga manos y autonomía propia, ha de ser una de ellas (o mi abuela) las que le sirvan la comida a él antes que a nadie. Heteropatriarcado del de siempre, del original.
Normalmente me enervan mucho estas cosas, pero entiendo que hay generaciones y generaciones y que a los que ya se quedaron atrás es difícil cambiarles. Y este gesto en realidad, me hace gracia.

Se lo digo a mi padre cuando comemos juntos. Él nos regala, al terminar de cenar, su frase estrella: "¿quieres leche... o te la doy yo?". Y siempre, cada vez, se ríe de su propio chiste malísimo.

Mi padre es muy fan de los chistes malísimos. No sé de donde los recolecta, pero cada día viene con piezas nuevas y te las suelta. En la clasificación de chistes, están en el subsuelo, en los de "oh por favor por qué". Pero a él le encantan y a nosotras a veces también. 
Como tampoco sabemos de dónde saca toda esa cantidad ingente de cachivaches que compra por internet. Gafas locas con luces, ventiladores que marcan la temperatura en fluorescente, el mástil de una guitarra portable,  anillos de superhéroes. Todas las semanas llegan paquetitos de correos, a cada cual más inverosímil. Mi madre antes resoplaba, ahora está bastante orgullosa de la originalidad de sus adquisiciones. Nadie sabe de donde los saca, pero nos divierte a todos.
Creo que he heredado de él el gusto por las "chuminadas" como él las llama (hoy día, "frikadas"). También heredé las "perrunchas", que es el término que usa para describir cuando quieres mucho mucho algo, tanto que se te va la vida en ello, y luego cuando lo tienes pues ya se te pasa al mes. Y a otra cosa.

Con estos hobbies, no es de extrañar que mi padre haya sido muy de Rastro los domingos. Nos ha llevado desde pequeñas. Al principio lo que más adorábamos del mundo era la calle de los animales, ésa insalubridad de callejuela en la que se agolpaban cotorras, gatos, perros y lo que se terciase en aquel momento. Un día fuimos a por una cotorra (una de mis perrunchas) y acabamos saliendo con una perrita enana, Reina. Costó 5.000 pesetas de entonces. Lástima que cerrasen nuestro adorado callejón, y tuviéramos que entretenernos en otros puestos. Pasamos por los de pendientes y piercings, la época de camisetas del monstruo de las galletas y superman, la de los cómics... y con los años compartí su fascinación por los puestos de popurrís, de antiguallas, de randomness. Esos son el verdadero te-so-ro de los mercadillos.

Cuando me visitaron en Turín, donde viví 9 meses de Erasmus, por supuesto que fuimos al mercadillo local. Mi padre, aunque se quejase cuando he vivido fuera, solía decir que era la única forma de que salieran de vacaciones. Le gustaba conocer otras costumbres. Él fue quien me animó a irme, sobre todo cuando tomé la decisión de Londres. ¡Cómo me costó tomar esa decisión... y cuánto me alegro de que me convenciera para ello!

Mi padre siempre ha sido muy curioso. Muy de leer, y de opinar, y sobre todo de estar seguro de llevar siempre la razón. También en eso he salido a él. Le entiendo perfectamente, porque cuando yo estoy segura de algo, sé, con todo mi corazón, que el resto están equivocados aunque aún no se hayan dado cuenta. No hay forma de convencernos. 

De eso sabe mucho mi madre, con quien mantiene conversaciones eternas después de comer, mientras toman café. En mi casa siempre ha sido así. Comemos juntos, tomamos el postre y mi hermana y yo nos vamos a cualquier otro lado mientras mis padres alargan el café horas y horas. No sé muy bien de qué hablan, pero siempre parecen conversaciones muy animadas. Solía preguntarme cómo, después de tantos años, les quedarían temas de conversación (sí, eso pensaba yo).

Mi padre es de la vieja escuela, de los de "los niños juegan al fútbol y las niñas a las muñecas", pero a pesar de ello siempre nos ha animado a sacar lo mejor de nosotras mismas y ser lo que nos diera la real gana, pero trabajando para ello. Siempre se ha sentido orgulloso de nuestros logros, y jamás nos ha hecho sentir que no podíamos hacer algo. De pequeñas nos solía repetir "¿Cómo está papá con sus chicas?", a lo que nosotras habíamos aprendido a responder "¡Re-lo-cho!".

Hoy día nadie usa "relocho", ni el 80% del vocabulario que usa mi padre. Es como si le hubieran sacado directo de El Quijote, o de la época en la que la riqueza lingüística era apreciada y valorada por la gente de a pie. Ya sabéis, no en la época en la que todo eran "k" y los SMS habían asesinado a la ortografía. A veces usa solo palabros raros, otras son frases enteras y tengo que enfadarme un poco:
- ¡Papá, no tengo ni dea de lo que estás diciendo!
- Oh, hija, vaya cultura qué tienes. Lee más hazme el favor, lee más. A los clásicos.

Tengo que poner los ojos en blanco cada vez. Le intento explicar que como hable así a cualquiera nadie va a entender lo que dice, pero él insite en que ese no es un problema suyo. En realidad me gusta que sepa palabras raras, porque aunque a veces me ponga nerviosa, me gusta el respeto al vocabulario. Y a la ortografía. Y siempre me ha gustado leer, aunque ya lea poquísimo y mi padre tenga razón.

Mi padre es, además de un Súper Padre, un súper Abuelo. Desde que se jubiló, no para. Dice que tiene tantas cosas que hacer, que no entiende cómo la gente tiene tiempo para trabajar. Va al gimnasio por las mañanas, saluda mentalmente a las personas que siempre encuentra a esa hora y a las que ya ha puesto mote mental, y quema unas cuantas calorías que recuperará con las cervezas de la tarde. Luego se va de paseo con su amigo Estebines, o a una de sus miles de cosas que hacer. Por la tarde se enfrasca en su ordenador, su herramienta de trabajo durante su época laboral y su juguete en su tiempo libre. De vez en cuando echa un tetris, siempre mortal.
Con mi madre, un par de veces a la semana va a ver a mis sobris, para ejercer de Súper Abuelo y recargar pilas. Le vienen fenomenal.

Y cuando llega un acontecimiento especial, mi padre siempre busca en su cantidad de fotos atesoradas en el ordenador desde el principio de los tiempos. Siempre encuentra una que imprimir y adjuntar al regalo, en formato de tarjeta, de papel de envolver o de lo que se le ocurra. En el fondo es un sentimental, aunque vaya de duro y no le salgan las palabras cuando le damos sorpresas. 
Es un sentimental, un Súper Padre, un Súper Abuelo y le queremos a rabiar.

Como os dije una vez, mi padre es el mejor del mundo, aunque cocine peor que todos vuestros padres juntos. 




viernes, 18 de agosto de 2017

Don't let them fool you


Me gustan los jefes relajados.

Valoro que las personas que influencien mi trabajo en el día a día, sepan diferenciar y no hayan caído en la trampa. Sean conscientes de que el trabajo es un lugar en el que pasamos 8 horas al día (más tiempo del que podemos dedicar a cualquier otra actividad de seguido), donde ponemos todas nuestras capacidades a disposición de la empresa para que todo funcione lo mejor posible. Pero en ningún caso es nuestro epicentro, ni nuestro foco en la vida. Me gusta que sepan ver que la vida es en realidad la personal, la que nosotros dedicamos a quien queremos y donde queremos. Nuestro trabajo es un medio, que nos esforzamos en hacer lo más agradable y satisfactorio posible, pero un medio al fin y al cabo. El que nos permite disfrutar de ese tiempo que no es de la empresa si no nuestro. Aprecio que tengan estas prioridades, las suyas propias, y luego las de la empresa.

Hace años, solía debatirme entre qué elegir: ¿un trabajo excelente o una familia? Me decantaba por el trabajo. Genuinamente pensaba que era para lo que estábamos aquí, lo que te hacía ser útil para la sociedad, la base de toda realización personal. Según pasaron los años, me di cuenta de la trampa en la que andamos metidos. Hay una mentalidad tal sobre el status y el trabajo, que parece que nos han conseguido convencer de que es nuestra meta en la vida. Es una perfecta campaña de marketing. Tu hueco en la sociedad será valorado en función de tu trabajo, y de cuán bueno seas en él. Está bien visto que un consultor trabaje de sol a sol. Gana mucho dinero, es un hombre de éxito. Es extraño como asociamos esta figura al éxito, en lugar de con la pena. Dedicar todas tus horas del día a tu empresa es triste. Te roba tu tiempo, tu vida. Te compensa con dinero y status. ¿Es acaso un buen cambio?

Hace tiempo que caí en la cuenta, y decidí poner mis límites. Esto no quiere decir que no me dedique a mi trabajo en cuerpo y alma, pero en las horas destinadas para ello y dándole la importancia justa. O al menos, eso intento, aunque a veces me estreso demasiado. De acuerdo con el nivel de estrés que palpo a mi alrededor, me da la impresión de que todos trabajamos salvando vidas. Por eso a veces doy un paso atrás, para verlo en perspectiva. ¿Qué ocurre si este reporte no está como a mi jefe le gusta? Me frustro, sí, porque lo he hecho lo mejor que sé y estoy convencida de que está bien. Pero si no es así para él y tengo que cambiarlo, será mañana, y no pasa nada. No hay catástrofes. No hay drama. Incluso si hay un fallo grave con usuarios, y se enfadan, y tenemos que buscar un plan… no hay en realidad nada en juego. La empresa sigue bien. Todo tiene solución. Todo pasa. No importa que no lo soluciones al segundo, mañana seguirá ahí y no cambiará nada.

Y cuando salgo del trabajo, no quiero ni oír de él. No estoy pendiente de emails, ni de llamadas, ni nada que no sea mi familia, mis amigos, mis rincones. Cada cosa tiene su tiempo y su lugar.
Y cualquier empresa que no entienda esto y lo considere un sacrilegio, es una empresa menos en la que deseo trabajar. Y cualquier jefe que me exija anteponer mi trabajo a mi familia, mi faceta materialista ante la personal, es un jefe al que no quiero reportar. La dimensión humana es muy importante. Al fin y al cabo, es la base y el fin por el que estamos aquí. Aunque por el camino nos intenten engañar con dinero, status o aprobación social.



viernes, 16 de junio de 2017

#Follow4follow #Instalike #wtf

Me gusta el desorden. La vida de a pie, sin complicaciones ni florituras. No me malentendáis: “cuqui” es un término que me encanta, junto con todos las palabras, objetos y estética que podrían definirse bajo su paraguas. Hay decoraciones preciosas. Con su orden, su concierto, su gama de tonos pastel y sus flores colocadas estratégicamente en el corner de la perfección.

Pero las redes sociales han hecho mucho daño, y me da la impresión que hacen las veces de escaparates sobre vidas plastificadas. De mentira. Ayer miraba un Instagram de una fashion blogger. Cada foto está perfectamente calculada. No solo las fotos de sus estilismos, sino también las que retratan su vida cotidiana. Sus desayunos, su vida en familia. Día en la piscina con toallas a juego, desayuno con tostada y aguacate perfectamente colocado al lado del mar. Qué pereza.

Qué gusto las tostadas de bar desordenadas, con ajo bien restregado y tomate esparcido por encima a trozos. Los cafés en tazas diferentes con logos de publicidad. Las toallas de piscina de hace 10 años, aún con un piolín dibujado en el centro pero casi con la misma suavidad que entonces.

No puedo con tanta energía. La vida ya es lo suficientemente dura y agitada, como para también gastar fuerzas diarias en que cada elemento combine entre sí. Me gusta ver mi salón bonito, con los cojines en su sitio. Pero también me gusta ver mis gafas sobre la mesa y el mando de la play de mi chico sobre el brazo del sofá, sin colocar. Me gusta mi casa imperfecta, las personas imperfectas y las fotos que reflejan lo que realmente hay.

martes, 24 de enero de 2017

Art never comes from happiness

Hey hello!

Hace decenios que no escribo, así en general. Ni aquí, ni en ningún otro sitio. Miento: escribo mails diarios, muchos. Pero en inglés. Y no son demasiado interesantes.

Pues casi que va a hacer un año desde que pisé con huellas dactilares estos lares, y fíjate por donde, no vengo a escribir nada triste. Soy consciente de que muchas personas, entre las que me encuentro, a veces usa la escritura como desahogo y eso conlleva a escribir cuando se está triste. O enfadado. O ambas. Y sin más contexto, cuando te dedicas a nutrir un blog y llevas ya 5 post, te das cuenta de que para cualquiera que te lea tu vida se parece bastante a una mierda. Proyectas una imagen de ti distorsionada, como si fueras una persona gris, melancólica... un coñazo, vamos. En realidad no es así: la mayoría de esas personas que escriben como desahogo tienen una existencia feliz y pasan la mayor parte del tiempo con buena cara. Quizá por eso, porque una vez que se desahogan ya se deshacen del lastre y pueden continuar sus días sin más. Peeeero claro, obviamente ese lastre queda escrito y se une a los anteriores, por lo que es fácil pensar que esa persona está al borde de la depresión más profunda.

Todo esto lo escribo porque alguien dijo alguna vez que el arte nunca viene de la felicidad. En parte concuerdo con ello, ya que en los estados de dolor más profundo nace una capacidad creadora alucinante. Imagino que nace del deseo de expulsar todo ese dolor, todo ese sentimiento que no se explica con palabras, todo esa bomba que nos está haciendo migajas por dentro. Y entonces, creas. Pintas, escribes, construyes, haces, dedicas, recorres, creas. Eso está bien. Las palabras fluyen mejor entre los dedos. Son muchos los artistas cuya inspiración era su vida llena de miserias.
Sin embargo cuando se es feliz, asquerosamente feliz, es difícil sacar toda ese manojo de sentimientos. No hay muchas obras de las que se diga "el autor estaba en el culmen de su vida, por lo que decidió crear esto". Quizá cuando eres asquerosamente feliz lo que menos te apetece es crear, porque quieres dedicar hasta el último segundo del día a disfrutar. Tienes otras cosas que hacer en tu cabeza, desahogarte en papel no es una de ellas.

Sí, puedo estar de acuerdo en parte. Pero qué coño. A la vez no lo estoy. La poesía es más bonita cuando habla de cosas cotidianas, alegres. Antes apreciaba los versos tristes, ahora me dan bastante pereza. Ya tenemos suficiente mierda en nuestras vidas como para leer autores depresivos, lánguidos, profundamente sufridores. Así que bueno, mi aportación del día es esta: art also comes from happiness. Es más, happiness is the real art.