miércoles, 25 de abril de 2012

Classic joke by witty friends

 Cómo es de original la gente cuando cambias de móvil y no tienes ningún número guardado. Amigos, conocidos y familiares hacen uso de un ingenio inaudito y, con un "fuck yea #quéocurrenciastengo" interior, se hacen pasar por admiradores secretos. Puedo imaginármelos al otro lado del móvil, riendo maliciosamente en bajito mientras teclean.
Nótese que TODOS los admiradores secretos:
- Son de tu trabajo
- De otro departamento/planta
- Sienten algo muy fuerte por ti, lo que pasa es que nunca se han atrevido a decírtelo

No todos pueden ser creativos publicitarios. Thank God.


jueves, 12 de abril de 2012

Volviendo la vista atrás


¿Nunca has descontrolado? ¿Nunca has caído tan bajo que parecía imposible levantarse? ¿Nunca has decepcionado? ¿Nunca te han decepcionado tanto que se te cayó el mundo encima? ¿Nunca has puesto a prueba tus límites? ¿Nunca has pensado que no tenías? ¿Nunca te ha sacudido un huracán de sentimientos que pensaste que eras incapaz de contenerlo? ¿Nunca has sufrido un overbooking de emociones tan fuerte que te desborda? ¿Nunca has actuado irracionalmente? ¿Nunca te has dejado llevar por la corriente, por muy fuerte que fuera? ¿Nunca has creído ahogarte por el camino?
¿Nunca te has arrepentido? ¿Nunca has retado a todo los valores que creías tener?

Bien, esto va de amplitudes de onda.
Las hay que se mueven en un rango medio, y siempre es la misma distancia corta y regular la que se desplaza del punto medio. Consiguen un equilibrio quasi perfecto, en el que ni los altos son demasiado altos ni los bajos demasiado bajos. Yo no puedo hablar demasiado de éstos, o al menos no de la manera totalmente parcial y subjetiva que suelo hablar en mi blog.

Hay otras ondas de amplitud más extrema, con crestas más pronunciadas y ciclos a veces irregulares. No son armónicas, o al menos no en todo su trayecto. Parecen incorrectas, descompensadas o distorsionadas. Pero ellas llegan a lo más bajo, para luego alcanzar cotas inalcanzables para las amplitudes más cortas.

Hay gente que vive siempre manteniendo el equilibrio. Es una forma de ser, mucho más segura y probablemente más valorada. Se nace así, o no se nace.
Sin embargo hay otras personas que se caen en abismos, y saltan hasta el más allá, y luego vuelven a la cuerda porque aprenden. Aprenden a modularse, a modelar su vida habiendo conocido lo peor y lo mejor de ella. Y creo que esto, lejos de ser un lastre, es una maravilla.

Muchas de estas personas se culpan, qué digo, se fustigan y torturan cuando resbalan. Cuando pierden el control y ponen al límite todo lo que se estén jugando en ese momento. Cuando se caen, y también cuando sienten cosas demasiado bonitas. El miedo al abismo, cuando estás en lo más alto, es mucho más que aterrador. No se dan cuenta, sin embargo, de que sienten al 200%. Y eso les lleva a situaciones horribles y preciosas a la vez. No es hasta pasado un tiempo, años, cuando por fin aceptan su forma de ser, cuando se dan cuenta del don que, de alguna forma, poseen.

Hoy quiero des-demonizar a todas esas personas.
Esta es, entre otras razones, por las que decidí hacer algo que nunca pensé que haría.

Parte de 'Falling Slowly', bso de 'ONCE'

Peaceful Lisbon. The End.


*Aviso: el tono es mucho más rápido, al igual que lo fue el día.

Jueves 5 de abril

Vamos al barrio cool de LX Factory, entramos en una librería inmensa y molona que tiene hasta una sala con un piano de cola y un micrófono, y nos hacemos fotos absurdas que no pegan nada con la situación pero nadie nos ve y nos divertimos.
Comemos en un cortijo que me recuerda al de ‘Y tú mamá también’ donde nos atiende una portuguesa muy moderna y muy guapa. Mientras espero a ala comida me dedico a hacer fotos a la nada, procurando estar atenta por si se cruza la camarera y puedo hacerle una foto improvisada. Le repito a David que a mi lo que me gusta es inmortalizar la espontaneidad de lo cotidiano, que no me gustan las fotos forzadas y artificiales y que lo mío es captar la esencia. Se lo repito veinte mil veces para que se le quede grabado mi naturaleza como fotógrafa, y para aprendérmelo yo también porque acabo de inventarme mi definición pero me gusta bastante. David me mira con cara de suplicio y me intenta callar con un “ya, ya, captar la esencia, si ya lo sé”. Decido que ya se lo ha aprendido lo suficientemente bien y sigo a lo mío.

Luego vamos a la playa y nos bebemos un par de cervezas, aunque ninguno sabemos diferenciar muy bien cuál es cuál. Cae alguna foto, yo intento captar la esencia de todo lo que nos rodea pero David me lo pone muy difícil con sus críticas destructivas. Aún así le uso como modelo un ratito, para que por una vez acate mis órdenes frente a la cámara y no al revés.

Hace viento y nos vamos. Dejamos las cosas y David se vuelve a ir a una reunión, pero vuelve pronto. Mientras me dedico a callejear y perderme por el barrio alto, y descubro nuevos sitios que me encantan. Pregunto 20 veces el camino de vuelta hasta que lo encuentro, y llego justo a tiempo para quedar con David en la puerta. Me cuenta que ha estado en una casa muy molona con un grupo de brasileños también muy molón al que va a grabar un tema que además han mejorado. Me dice que al subir a casa me lo enseñará, pero ese momento nunca llega porque se tiene que ir de nuevo. Me quedo en casa a esperar, como una ama de casa aburrida. Yo tengo mucha energía, no sé si es porque es mi último día o porque llevo unos cuantos disfrutando un montón, pero me apetece salir. Pongo música y bailo. Vamos a cenar la ensalada de garbanzos y pruebo la Gingia con cerveza, aunque dice David que eso sólo lo aguantan los hombres muy hombres. Debe ser cierto, porque aunque no me desmayo llevo ya unas cuantas vueltas de más.

Volvemos al Barrio Alto y salimos como si no hubiera un mañana, aunque la verdad es que sí que lo hay y será el día en que tenga que coger el avión de vuelta. Decido no pensarlo.
Ya he llenado el saco de 'cosas sobre las que pensar' en este viaje, creo que no necesito más.


 

miércoles, 11 de abril de 2012

Peaceful Lisbon (parte 2'5/3)


Miércoles.
Mi nueva casa hippy. Antes de David.

Ya llevo varios días y ya es un poco mi casa, aunque haga demasiado frío.
Me levanto. No quiero hacer nada, pero bueno.

Cogemos de nuevo la moto de novela de Federico Moccia y vamos a otro mirador que me recuerda a los Campos Elíseos. Está en una parte más nueva, más ciudad, mejor construida. Nos sentamos en el borde del poyete que da al jardín. Tengo vértigo, pero consigo dejar las piernas colgando. Hablamos sobre ética y moral. Los dos llevamos gafas de sol. Siempre es más fácil hablar de cosas profundas cuando llevas gafas de sol. Me pongo un poco triste, pero no digo nada. David habla más que de costumbre.

Luego visitamos otro museo de culturetas. A mí no me atrae nada, así que me dedico a captar esencias con la cámara de David. Él camina lento y a veces me enseña. Comemos dentro, en un comedor de residencia. Hay sopa.

Después del café nos tiramos en los jardines de fuera a fumar un cigarro y filosofar sobre la vida de las palomas y las modelos. Aunque no tengan nada en común.
Por último visitamos una cafetería chill out escondida detrás de un parking. Nada más entrar me enamoro perdidamente. Hay una parte interior cubierta con una carpa blanca, donde decenas de sillas de colores chillones se arremolinan frente a unas mesas redondeadas. Todo el mundo fuma.
Pasamos al fondo, donde se abre ante nosotros una terracita al aire libre con una de las vistas más bonitas del mundo. También hay sillas de colores, sofás y cobertizos hippies.
Escogemos un sofá verde al borde de la terraza para contemplar mejor las vistas. Pronto nos traen un par de mantas a juego, pedimos un chocolate caliente y nos pasamos horas haciendo nada. Es el lugar más zen del mundo. Paz. Sólo hay paz. Deseo que haya uno en Madríz, aunque tal vez lo haya y yo no lo conozca. Me culpo por ello.

Cuando ya no sentimos los músculos del frío nos levantamos y volvemos a casa. David se va a trabajar. Yo me quedo en casa porque estoy muy cansada. Escucho sin parar Adriana Calcanhoto. David me la ha enseñado unos días antes y me parece la perfecta banda sonora para mi estado de ánimo.


Me preparo la cena, cojo una manta y veo un capítulo de HIMYM en el Mac de David. Cuando él llega a casa yo ya estoy demasiado dormida como para darme cuenta.

martes, 10 de abril de 2012

Peaceful Lisbon (parte 2/3)


Esta vez no me tienen que despertar, si no que soy yo quien zarandeo a David para que se levante de una vez. A pesar de haberle engañado la noche anterior haciendo ver que no ponía el despertador, contaba con una ventaja extra que David desconoce: mi despertador mental. Me concentré muy fuerte en una hora justa, las diez, en la que deseaba despertarme. Y así fue, como siempre que me lo propongo.
Como tardo algo más que él en prepararme por mi condición de fémina presumida, desayuno antes y sólo cuando ya estoy lista decido sacarle de su plácido sueño.

Se la tengo guardada: el sábado no me llevó al outlet vintage de Lx Factory, así que juré que el mercadillo del martes no me lo perdía por nada del mundo.
Remolonea un poco y me dice que se unirá más tarde, sobre las 12. Yo le dirijo una mirada de desaprobación, más o menos así ¬ ¬ que él por supuesto no ve, porque continúa con los ojos cerrados. Al final acaba cediendo y salimos los 3, junto con su compi de piso española, directos al paraíso de las baratijas.

Recorriendo los primeros puestecitos nada me sorprende, o por lo menos no veo nada que pueda sorprender a alguien que haya estado en el Rastro de Madríz en sus mejores tiempos. Pronto encuentro algo digno de mi atención y consumismo: cámaras de fotos antiquísimas. Me enamoro de una al instante. Es negra, muy sencilla, y del tamaño justo para considerarla adorable y práctica a la vez. Me entra el ansia de niña de 5 años y quiero comprarla, pero 30 euros me parece un exceso que no puedo permitirme.

A unos dos pasos Vanesa, la chica española, ya está desembolsando 2 euros para hacerse con un vestido morado muy ponible. David mientras hace fotos, y busca otra cámara de fotos antigua sólo para un decorado, que ni siquiera funcione. Estos artistas son así.

Vamos ojeando todos los puestos, con sus montones de ropa enredada, sus llaves de pesebre y sus máquinas de escribir Olivetti que me recuerdan a ‘El tiempo entre costuras’. A pesar de la emoción del principio, empiezo a impacientarme porque no encuentro nada. Entro en una tienda de la calle y me compro una falda de señoraque bastante barata por aquello de calmar la gusa.

Las calles atestadas de puestos se bifurcan y creo que vamos a perdérnoslo todo eligiendo un solo camino, pero desde que por ahora no existe nada para dividirse en 3 o en 4 acabo por aceptarlo.

David sigue cámara en mano, inmortalizando a vendedoras harapientas, madres acunando a sus hijos en la parte trasera de una furgoneta o ancianas haciendo ganchillo mientras esperan hacer alguna venta. Una vez más decido que me encantan los mercadillos y camino dando saltitos pequeños como una niña en un parque de atracciones.

De pronto vislumbro un puesto de bolsos, presidido por uno en especial que eclipsa a todos los demás. Es del tamaño de una cajita mediana, en tono camel. Lo curioso del bolso es que tiene un código como el de las maletas para poder abrirlo, y vuelvo a encapricharme de aquella maravilla. Tengo la suerte de que David sabe regatear inventándose historias de artista, con rollos de decorados y productoras, pero también la mala suerte de que la mujer cubana que regenta el puesto sólo está dispuesta a rebajar 2 euros. Me voy para no encariñarme, aunque sé que a la vuelta me acercaré a despedirle.

David consigue su cámara rota y Vanesa compra una caja de música igual a la que sale en una película de la que nunca llegué a ver el final. ‘Quiéreme si te atreves’.
Cuando ya estamos en el final del todo, enfoco la vista en un ukelele. No estoy segura si es un ukelele o un cavalinho, de todas formas nunca sabría diferenciarlo. Me apunto mentalmente ‘comprar un ukelele en Madríz’, y emprendemos el camino de vuelta.

Una vez en casa nos alimentamos debidamente con una tortilla de patata y un puré de verdura del que memorizo la receta. Ya son las seis de la tarde cuando acabamos, así que sólo queda dejar la noche lisboeta hacer de las suyas. O no.

Volvemos a las fiestas de Chueca y le doy otra oportunidad a la super bowl. Compruebo que mi odio hacia ella va en aumento. Tengo sueño y sólo pienso en ir a dormir, pero David me arrastra con los restos del grupo hasta lo que sería sus ‘Bajos de Hermosilla’, que nada tienen que envidiar en cuestión de esperpento y dantesquismo. Algunas de las chicas bailan como si no hubiera un mañana, con sus cigarros y sus copas dentro del bar. Otra cosa genial de Lisboa es que es la vieja España: puedes fumar por doquier. No es que no esté de acuerdo con la ley de ahora, pero en unas vacaciones supone una tremenda alegría saber que no tienes porqué pasar frío y puedes disfrutar de tu cerveza y tu cigarro al mismo tiempo. Doy alguna que otra vuelta sobre mí misma para no faltar a la música, y le hago gestos apoyando las dos palmas juntas sobre mi mejilla. Sueño máximo. Bailo el ‘nossa’ porque es lo único que me sé, y nos recogemos.

Al fin y al cabo tan sólo estamos a martes, y todo el mundo sabe que los martes hay determinadas cosas que no se pueden hacer.




lunes, 9 de abril de 2012

Peaceful Lisbon (Parte 1'5/3)


Lunes 2 de abril.
Misma casa de David.

Como buen lunes y ya descansados, salimos a buena hora de casa preparados para un buen maratón turístico. Lisboa es una eterna montaña rusa por sus empinadas cuestas que se convierten en deslizantes bajadas a la vuelta. Las aceras tampoco lo ponen fácil, repletas de piedras irregulares que hacen las veces de baldosines. Intento no pensarlo mientras paseo y noto como se me clavan en los talones. Hace sol, pero un sol de estos implícitos que te ciegan sin dejarte ver un solo rayo. Hacemos una parada en una plaza que da al río, y pienso que es bastante surrealista estar sentada en un escalón de una enorme plaza en el que en el siguiente comienza en agua. Como si en un lateral de la plaza mayor se abriese una ventana al mar, y fuese tan fácil acceder a ella como bajar una rampa de 10 centímetros.

Continuamos el paseo por la montaña rusa y esta vez toca subir hasta Mordor. Tenemos que alcanzar el mirador más alto, justo el que vimos el día primer día desde el otro lado de la ciudad. Cuando llegamos, nos premiamos con una caña en la terraza que encumbra el mirador en sí, y yo decido darle la espalda a las vistas pese a la regañina de David. Llevo puestas las gafas de ver y tengo miedo de que el sol fantasmal me queme los ojos.
Mientras disfrutamos del merecido descanso hablamos del futuro, uno de nuestros tantos temas en bares intentando arreglar el mundo. Nos preguntamos con cierta ingenuidad si, cuando seamos mayores, seguiremos quedando y viéndonos de forma regular. David lleva siendo mi mejor amigo desde hace ya 12 años, y se me hace imposible imaginar un futuro sin su presencia, más o menos cercana. Esto no se lo digo, pero creo que ya lo sabe. Aun así y a pesar de que le he visto cambiar desde que se comía el bocadillo en el recreo del cole hasta ahora, me resulta igualmente complicado imaginar qué será de nosotros en diez años.
Después de filosofar un rato decidimos que tenemos hambre, y me lleva a un restaurante mínimo en el que nos atiende una señora que bien podría ser mi madre en versión portuguesa. Pedimos una sopa, porque la sopa es el plato estrella y omnipresente en cualquier lugar de Lisboa, y un bocadillo a medias. Me sabe al mejor manjar del mundo mundial.

Cuando es hora de bajar por la montaña rusa, David decide que es mejor coger el 28. Pienso que todas las ciudades se caracterizan por sus 28, ya sean tranvías o autobuses. En este caso se trata de un tranvía en versión reducida, como si hubiesen escogido la mitad de un vagón y lo hubiesen achatado por los polos como la tierra misma. Caben como mucho 30 personas, por lo que deduzco que la logística no se les debe dar muy bien a los habitantes de esa capital bien poblada.

Al llegar a casa charlamos un rato con las compis adorables y relajamos las piernas, y yo la cadera. Me duele un rato, pero no digo nada porque hemos quedado por la noche para ver el fado y no me lo quiero perder.

Es un bar-zulo en el que no cabe un dedo más, pero inexplicablemente conseguimos hacernos sitio en primera fila. Primero salen 2 hombres, cantando algo parecido a un flamenco contenido y mucho más triste. Melania, amiga de David, nos explica que hablan de pérdidas, de sirenas y algo más. que no recuerdo.
A los 20 minutos vuelve a reinar el silencio en el bar, y sale a escena un Cristiano Ronaldo 5 años más joven. Lleva un piercing extraño en la oreja, una camiseta con unos cascos enormes dibujados y unos vaqueros entallados. Por un momento creo que se ha debido de confundir o bien que es hora de que pinche el DJ, pero de pronto empieza a cantar y nos calla la boca a todos. Se mueve, cierra los ojos y sus manos agarran el aire en un gesto de dolor. Con cada verso deja nos deja aún más pasmados. Cuando termina temo que alguna mano se rompa entre tanto aplauso entusiasta. Luego llega una mujer exótica, que también canta cosas tristes y entrecortadas. Y por último ocupa la palestra un pijo de pachá de madre española y padre portugués. Con su camisa de rayas y su peinado a juego con cortina al lado, se arranca en un nuevo dolor que nos sorprende a todos.

Yo flipo un rato más, hasta que decido que no puedo aguantar más fado en mi cabeza sin cortarme las venas. Lo bueno, mejor en pequeñas dosis.


domingo, 8 de abril de 2012

Peaceful Lisbon (parte 1/3)


Sábado 31 de marzo.
Aeropuerto de Lisboa.

No sé si hace calor o frío. La humedad se cuela por cada rincón de la ciudad. O, al menos, del trocito de ciudad que descubro al salir por la puerta de embarque. Sigo las indicaciones de David y me dirijo a la parada del aerobús, que está justo enfrente. Mientras espero, decido que hace más calor que frío y me deshago de la cazadora de cuero.

El bus tarda una hora, no entiendo muy bien las explicaciones de la conductora pero me parece que es algo sobre obras, o huelgas, o manifestaciones. Cada metro que recorre el autobús me sorprende con un grado superior al anterior en la escala de desaliño urbano. Grito mentalmente “¡¡No puede ser más cutre!!” pero nadie parece darse cuenta. Los escaparates están llenos de ropa de mercadillo, las baldosas se tropiezan en un baile totalmente anárquico y los cables eléctricos se balancean despreocupados sobre cada portal, serpenteando las paredes o cruzando el medio cielo de cualquier calle. Hay edificios a medio terminar, o a medio destruir. Los colores alegres de las construcciones se mezclan con lo innumerables desperfectos ocres, dándole un aspecto subdesarrollado y encantador a la vez.

Al pasar por una de las incontables cuestas, observo 3 edificios que se superponen sin orden ninguno amenazando cualquier tipo de estética urbanística, si es que este término existe. Grito un ‘¿¿¡Pero porqué??!’ interior, que obtiene la misma respuesta que la mayoría de mis pensamientos.

Última parada. David me espera sentado en unos escalones, y no me resulta raro ni sorprendente bajar del autobús y saludarle en su nueva ciudad. Me coge la maleta y caminamos hacia un malecón, que no es malecón pero a mí me gusta llamarlo así. Nos sentamos en el borde mirando al río, y echo de menos una cerveza en la mano para completar el momento llegada. Me habla de los planes que tiene en mente para esa semana y que seguramente nunca haremos, y yo no paro de decir tonterías y reírme sin razón aparente porque estoy contenta de verle. Me ajusto el gorro y me dice que parezco una saxofonista, a lo que respondo que ya lo sabía. Es curioso, porque esa misma mañana al mirarme al espejo me había gritado mentalmente ‘¡Pareces Lisa Simpson!!’.

Después de la cerveza imaginaria en el malecón David vuelve a cogerme la maleta y caminamos 5 minutos hacia su casa. Es un edificio viejo y bien camuflado con el look descuidado de la ciudad. Al subir me encuentro un salón acogedor, decorado con un buen gusto hippy y bohemio sin llegar a ser recargado. Hay un extraño sofá improvisado y una mesa en el centro, que ya está preparada por sus adorables compis de piso para comer. Hablamos un poco de la nada, o de todo lo que se suele hablar la primera vez que conoces a alguien con el que no tienes nada en común. Me caen bien al instante. Son dos chicas, una española y otra italiana, que desprenden el olor de la buena gente desde el primero ‘hola’, o el primer ‘ciao’. Traen la paella que han preparado y la devoro sin piedad, engullendo hasta el último socarrao.

Surge por primera vez la pregunta más escuchada del mundo en los siguientes 6 días:
¿Te gusta Lisboa? A lo que yo grito sin parar en mi cabeza ‘¡¡No puede ser más cutre!!’, pero hago un esfuerzo por contenerme y les contesto la otra parte de la verdad, menos hiriente. Es cutre, sí, pero se adivina encanto. Y no estoy mintiendo.

Cuando creemos que ya es hora salimos de casa a recorrer un poco más de asfalto destartalado. Pronto comienzo a descubrir que el encanto va ganando terreno a la cutredad, y que en esta misma reside precisamente su esencia. Vamos al primer mirador, de esos que le encantan a David, y nos quedamos un rato observando las vistas. Terminamos en otro mirador, con sus amigos de erasmus tocando la guitarra y bebiendo cerveza. Pienso que es el plan más armónico del mundo para una ciudad como aquella. Hippy stuff, hippy stuff everywhere. Megusta. Cuando el sol cae de cansancio comienza a llover, y tenemos que levantar el campamento y volver al acogedor piso de David y sus compis adorables. Allí tomamos algo, y antes de apalancarnos decidimos darle un nuevo shot al día, o más bien la noche, saliendo a cervecear por Barrio Alto. Yo estoy cansada del vuelo y cargo con el look de saxofonista, que nunca es fácil, pero me animo y me pido una cerveza barata de pseudos-mini.

Las calles de Barrio Alto están abarrotadas, como si fueran unas eternas fiestas de Chueca. Pienso que deben de regalar algo, pero resulta que la moda lisboeta es servirse en los bares y llevar la fiesta a la calle. Hace mucho frío, pero nadie parece reparar en ello. Somos unos cuantos, porque nos hemos juntado de nuevo con sus amigos erasmus y sus respectivas visitas. Son gente encantadora, como la ciudad. Me pregunto si habrán elegido la ciudad o la ciudad les habrá elegido a ellos. Después de un día, puedo afirmar que mi amigo David también encaja a la perfección con la ciudad, y con todos ellos. Es como si de alguna manera todos formasen parte de la misma melodía, sin estridencias.

Intento beber algo más de cerveza para aguantar el frío y ganar al cansancio, pero mi cuerpo se niega. Las náuseas son cada vez más fuertes y empiezo a odiar la marca super bowl, como la llamaré siempre. A última hora entramos a un bar, por fin, y a los 10 minutos anuncian que van a cerrar. Yo abandono, alegando que estoy cansada de luchar contra la super bowl.