sábado, 23 de octubre de 2010

Silence for a while

Eso es lo que estoy intentando hacer, aunque no debiera extenderse a estos lares. Silencio, reflexión, orden y concierto. Maldito concierto. Tal y como el de este pasado jueves, por cierto, día célebre por la onomástica de una nuez, la consecución (por fin!) del girlfriends meeting y el maldito concierto. Esbozo de un día quasi perfecto, si al día siguiente hubiera librado en el trabajo. ¡Tampoco se puede pedir todo!

Cierto es que ese día no figurará en el calendario por su orden, por su reflexión o por su silencio. Muchas caras conocidas, ganas de quedarme con todas y tiempo limitado que no supe ordenar. Siempre me pasa. Considérome bastante despistable en ese sentido, y en muchos otros que no mencionaré por ahora.
Por todo ello, mi recuerdo anda bastante desordenado también. Pero siendo sinceros, es como me gustan los recuerdos. Poder transladarme a cada instante, cada segundo (porque afortunadamente puedo, soy buena en eso) pero solo si abro la carpeta de archivos comprimidos. Si es un viaje corto al pasado, lo que podría venirme a la cabeza repasando la semana, o tras la pregunta "y el jueves, ¿qué hiciste?", entonces una voz empieza con un "dale al play, dale al play". Y se suceden las imágenes, el videoclip de la tarde-noche, las conversaciones ahogadas en risas, los paseos, el corrillo que formamos en el conci, nuestra holandesita gritando las canciones al pie de la letra, ver a Pablo y a Luis, las ofertas de cumple, unos prismáticos de pinguinos y malditas canciones espolvoreando un palacio. Así es mi videoclip, pero claro, tendríais que estar en mi cabeza para disfrutar de las imágenes, con el ruido ambiente y todo eso.

Esa ha sido mi excepción en este tiempo de silencio. Por eso quizá escribo sobre ella, escribir sobre el silencio debe ser muy arduo. Y más de un silencio que aún estoy explorando. A veces el silencio cuenta muchas cosas, cosas que solo podrías escuchar en completo silencio. Hay que mantener la concentración, y poco a poco, seguir el camino calmo que te marca. Si hay algo en lo que tengo inventiva, es en poner títulos. No digo que sea buena o mala, sino que mi cabeza fabrica títulos para todo. Surgen de mi cabeza títulos, así, porque sí, porque no son frases, ni palabras sueltas, ni nada, son títulos, un montón de títulos. Sobre este tema tengo un libro pendiente por escribir. Se titulará "Historia del silencio". Por ahora solo tengo el título.

Igual que de mi disco. Tenía el nombre del grupo, pero no me acuerdo. Me acuerdo de nuestro primer LP, en el extremadamente probable caso de que forme un grupo y saquemos un disco, se llamará "Laberintos auriculares". Es decir, no tengo grupo, ni letras, ni disco, ni nada, pero tengo el título.
Si tengo un bar se llamará "Quincux". Será conocido como "el quincux" para los habituales, claro. Pondré los planetas y quique gonzález, y lori meyers y la casa azul junto con the cure y belle and sebastian y billie the vision and the dancers, y cosas así. Se servirán minis, medida universal, a módico precio y nada de garrafón, solo primeras marcas. Habrá cosas de comer, tapitas, esas cosas. La decoración modo retro-victoriano con estilo, de nuevo deberías entrar en mi cabeza para verlo. Algún día os invitaré. En algún preestreno de algo o lo que sea. El caso es que de nuevo, no tengo bar, ni nada, sólo el nombre.

Y bueno, mi obra maestra, el libro que algún día escribiré (cuando me considere lo suficientemente digna de escribirlo, al nivel) también tiene ya título, claro. Pero ese no lo desvelaré. Por si acaso. Qué mal, que vaya a escribir mi obra maestra y años antes haya salido un librucho con el mismo título que robó de mi blog. No, no es plan.

Por ahora ya está bien de títulos, de desorden y conciertos. Menos mal que es mi época de silencio. Parezco uno de estos pelmazos que no tienen nada que contar pero cuentan y no hilan los temas y al final acaban poniéndote la cabeza a las once. Eso me parece. Una de estas cotorras pesadas.

viernes, 8 de octubre de 2010

Metro de Madrid informa

Cómo echaba de menos el metro. El de todos. Sus andenes, sus escaleras mecánicas. Fantasear con las historias que esconden sus gentes, enamorarme de chicos que nunca volveré a ver. Qué magia la del metro. De los pocos lugares que no entienden de derecho de admisión, sea explícito o implícito. Comparten vagones mendigos, músicos, abuelos entrañables y los que no lo son tanto, estudiantes... ¡ah, estudiantes! ¡Tan bonita su fauna y flora, tanta diversidad!

Están los de Bellas artes, que adivinas por sus enormes portafolios y su indumentaria inusual, bohemia.

Los de Ciencias de la Información, arropando sus oídos con los enormes panasonic retro -que curiosamente es lo más actual en el mercado- unidos a un extra-mini-Ipod (what else could it be?), contradicción mítica de todo buen moderno. Gafas de pasta a veces sin necesitarlas, pantalones a medio subir y pose rockstar (soy una estrella pero me la suda). Las zapatillas, por favor, que sean como la música: caras, de calidad y preferiblemente que nadie conozca.

La rama biología/trabajo social/ambientales (normalmente más cómodos en el suelo) con la palestina como collarín obligatorio, alguna que otra rasta si el presupuesto no llega para toda la cabeza y camisetas holgadas de algodón. En cuestión de pantalones alternan entre vaqueros raídos y el modelo pintor, ya sean de colorines o lisos, pero todos anchos. Al igual que las zapatillas, que los de primer año de universidad suelen decorar con cordones jamaicanos tricolor.

Los de Derecho, con pelo estilo cortina a medio echar o repeinado a lo Mario Conde. Camisetas entalladas a la altura del ombligo para los más informales, el resto prefieren camisas en tonos pastel. Chinos o vaqueros bien subidos, como dios manda. Se distingue a los de primer año también, éstos por las pulseritas de turno y alguna que otra banderita de España en lo que se tercie.
Para las chicas se lleva el rollo Carmen Lomana, peinados cuidados siempre hasta la última punta -jamás abierta- y perlas por doquier. Eso sí, siempre tacones para recorrer silenciosamente la biblioteca.

Los de Informática y parte de historia, normalmente altos y espigados (aún no se ha establecido relación causa->efecto) y ataviados con camisetas negras de motivos heavies o frikis. Ambos adjetivos suelen solaparse. Las zapatillas, preferentemente del decathlon, y con los cordones atados hasta conseguir el efecto de asfixia al pie.

Los de Historia suelen ser la cuna de los ex-informáticos ya mencionados y hippies estilo biología. Algún que otro moderno que debería estar en CC de la Información pero es demasiado moderno (léase "modernos que van a discotecas de modernos y dicen "ufff, esto está lleno de modernos).

La de Historia del arte es otra raza mestiza, en la que coexiste la estética de medioambientales con la parte más sensible y romántica de derecho, que prefieren pasearse muy cuquis ante conmovedores lienzos que ser tiburones de juzgado.

En cuanto a los de ADE, van de incógnito. Son los estudiantes de paisano. Son la rama perdida de derecho, y digo perdida porque no han decidido muy bien cómo diferenciarse. Por eso han elegido ADE.

Como en todo, hay excepciones que no hacen sino confirmar la regla.

Podría continuar con Caminos o Teleco, pero paradójicamente son más conocidos por sus fiestas anuales multitudinarias que por sus méritos como tribu urbana.

Y hasta aquí mi paseo por el metro de hoy hasta ciudad universitaria. ¡...Cómo lo voy a echar de menos!


PD-.Texto escrito desde mi Máxima (keep smiling). Yo también fui una Ciencias de la Info.

jueves, 7 de octubre de 2010

Primer día de clase

En mi empeño en acercarme al bucólico mundo literario en el que nunca he estado, Hoy ha sido mi primer día de Curso de Escritura Creativa.

Como yo misma me autoproclamo en mi perfil, soy de extremos. Ya veis, un día me desmayo de emoción ante la fashion week de Madrid, como al siguiente me ahogo de nostalgia cultureta y echo de menos a completos desconocidos de la intelectualidad en estado puro. Como mis queridos Hemingway, Bukowski o Andy Warhol, con los que mantengo una bonita amistad unilateral.

Volviendo a mi primer día de clase, la seño (cuánto añoraba esta cursi y ex-odiada palabra) nos ha mandado un ejercicio: Batería de recuerdos a contrarreloj. 5 MINUTOS. Y... el tiempo... con la presión de las agujas tictaqueando, intentaba al menos mantener el boli sobre el papel mientras pensaba qué narices... empieza... a contar....qué pongo, qué hago, qué escribo.... YA.

Y esto he aquí el fruto de la voluntad de mi boli:

El olor a palomitas de tu sofá de ante. El camino hacia el colegio, siempre gris pero brillante. Escuchar tu sonrisa a través del teléfono. Cuando fumábamos un cigarrillo a escondidas, en el baño, para que nadie nos viera. Los frapuccinos a media tarde. Tirarnos en los jardines y empaparnos de sol durante horas. El autobús de vuelta, por la noche. Nuestra parada. Los tacones de mi madre por el pasillo. Los muñecos de tu cama, y cómo les hacíamos partícipes de nuestras guerras frías. Una ración de sushi junto a un par de pendientes. Tu pelo.

Mi texto ha sido bien acogido, todo han sido buenas críticas. Mientras las escuchaba, en mi cabeza revoloteaba la duda de si advertirían mi desorientación, mi caos. Que mi texto sólo recogía un bombardeo de pensamientos que habían cruzado mi mente con la celeridad de las estrellas fugaces. Imágenes en palabras. Entonces, mi profesora puso en alto lo que para ella estaba clarísimo: estaba describiendo la adolescencia. Mi subconsciente se había entrometido, como siempre, sin mi permiso. Releí mi texto. Qué raro, ¿no? Qué inusual en mí hablar de este tema. Surgió mi última duda, la más clara e inquietante. Apareció como el comienzo de Los Simpson, desde el fondo hasta un primer plano ocupando toda la pantalla.

Y es que, ¿Me habré quedado anclada en la adolescencia?


p.d.- La verdad, te echo de menos.

domingo, 3 de octubre de 2010

Del genio a la gen-eración "ni-ni"


Ya no hay mujeres como las de antes. Ya no hay vicios permitidos, ya no existe la magia de poesía y excesos. Ni rastro de la bohemia, de la corriente desgarradora tintada de gloria y trauma. Ya no hay escritores de violencia bukowskiana, ya no hay poemas de realismo sucio nacidos junto a los posos ebrios de una noche demasiado amarga. ¿Donde está el romanticismo de las pensiones baratas, de las nubes de ceniza, del arte como rebelión al castigo de la vida? ¿Dónde quedó el cristal ahumado, viejo, saturado de sensibilidad y de cicatrices? Dónde quedó el dolor del éxito, la visceralidad. El genio enfrascado en una botella de whisky. La pasión y el dolor por la vida. La entrega total y asboluta. Las obras, literarias, fotográficas, fílmicas, testigo de la lucha librada. Dónde ha quedado toda esa fuerza, toda esa belleza. Toda esa poesía hecha historias, reales como la vida misma. Sufrientes como la vida misma. Y tan saturadas de arte, de genio, de sentimiento, que no pueden pertenecer a este mundo.

Ya no hay Beat Generations, no hay Factory's donde dudar de todo, donde experimentarlo todo. Romántica actitud de la decadencia, destelleante estética de la dedicación, de la cultura, de la inquietud incapaz de contenerse en un solo cuerpo, imperfecto como es el humano. Demasiado genio. Demasiado talento. Demasiada sensibilidad. Demasiada vida, escapándose entre las yemas de los dedos.

Y yo, que no lo he vivido, lo echo de menos.


viernes, 1 de octubre de 2010

I wasn't so silly when I was your age (un pequeño break)

No lo neguemos. Cuando te toca un niño en el autobús de estos ñoños, maleducados y en medio de una pataleta, todos hemos pensado lo mismo. Yo a tu edad no era tan tonto. O eso, o la segunda versión en caso de que el niño sea verdaderamente insufrible. Que alguien calle a ese niño por dios o me levanto yo y no respondo de mis actos. Todos. No me vengais ahora de santos Jobs.

Hoy me ha tocado uno de esos, y por supuesto el primer pensamiento ha acudido a mi cabeza al tercer grito en mi oreja de aquel individuo de estatura limitada. Es imposible. Yo a tu edad no era tan tonto ni de coña. No recuerdo tampoco que mis compis de clase lo fueran, salvo quizá alguna excepción que mi memoria ha decidido obviar. ¿Qué tendría ese niño, 8 años? ¿Porqué no era capaz de comportarse de una manera civilizada? Yo no recuerdo gritar y tirarme agua por la cabeza y emitir sonidos guturales agudo-grave-agudo-grave y poner tono "mi mamá me mima" mientras toco las narices a todo el mundo a mi alrededor. Juro que no recuerdo comportarme así. Lo que sí recuerdo en cambio son tardes de enfurruñamiento en silencio, de morros hacia afuera y lagrimones resbalando por mis mejillas encendidas de rabia. Pero eso es otra historia. Y conste que mientras pensaba todo esto, me debatía con la posición comprensiva de "a los niños hay que dejarles ser niños". No se puede esperar de ellos un comportamiento adulto, ni se debe. Los niños son tan especiales por eso mismo, porque no entienden de normas y comportamientos sociales que muchas veces no hacen otra cosa que reprimirnos.

Pero una cosa es tener una pataleta en tu casa, en un parque, o en medio de la calle si me apuras... pero otra muy distinta es montar el número en escasos y asfixiantes X metros de autobús, donde compartimos oxígeno y espacio vital 80 personas. Donde sientes la respiración del de atrás en la nuca. Donde si no llevas libro, te puedes entretener leyendo el de al lado. Donde reconoces perfectamente a Rihana saliendo de los auriculares del que está apoyado en la barra, y sientes cada movimiento de la señora gruñona de turno que se ha levantado con mal pie. NO NIÑO, AQUÍ NO. No puedes hacernos esto joder, que ya no se trata de ti y de tu niñez y todo eso. Que somos 80 personas desquiciadas, con ataques de ansiedad y ganas de romper las ventanas de socorro y aterrizar en el asfalto. Aquí ya no se trata de ti, así que no me fastidies.

Valga decir que he sido entrenadora de enanas, con pataletas incluidas en los entrenamientos. Pero quizá por eso aprendí que el dialogar no funciona: o dejas de patalear o no entrenas. También he sido au pair de dos enanos escoceses de 7 y 9 años. No pocas rabietas me he comido. Pero siempre les he dejado claro: enfádate con el mundo, pero a mi no me fastidies. Cuando te calmes, hablamos. Y les he adorado a todos, les quiero con todo mi corazón. Pero digo yo,
¿En qué punto se han convertido los niños en fieras no sólo indómitas, sino insoportables y maleducados? Proliferan esta clase de niños-de-autobús. Y no, es que no. Yo a tu edad no era tan tonta (nótese el tan).
Señores, algo va mal en la sociedad. Y no son los autobuses.