martes, 26 de junio de 2012

Fuera de Juego


No debería escrbir un blog. Debería escribir un libro.
Aunque me faltan palabras, o más, bien, no sé cual escoger ni como ordenarlas. 
¿No es irónico? ¿No es realmente irónico? 
Es como si alguien hubiese llegado y hubiese alborotado en mi cabeza todo mi diccionario, mi gramática y hasta la forma de pensar. Y ahora nada conecta entre sí. Son cables sueltos, perdidos, sin hermanar. Probablemente a esto se le llama estado de shock, pero no estoy segura. Ahora mismo no estoy segura de nada.


Los pasos no se acompasaban. Caminaba en un balanceo veleidoso, impredecible, descoordinado y descoordenado también. Le empujaba una inexplicable necesidad de andar. Hacia la nada, hacia el todo, hacia ningún sitio y a cualquier otra parte. De vez en cuando se tapaba la cara con la mano, y luego ésta pasaba al pelo para alborotárselo inconscientemente. La mirada fija en el vacío, ese que nunca se sabe bien donde queda. Los tacones empezaban a hacer mella en sus tobillos, pero aquella fuerza seguía empujándole. 

Cruzó un paso de cebra y luego lo descruzó. Cambió de sentido y luego giró a la izquierda por una callejuela. Se ajustó el bolso, que colgaba abierto sobre su hombro izquierdo. Tenía demasiadas cosas que guardar para que cupieran en ese bolso diminuto. Agarraba el teléfono como si en él fuera a encontrar todas las explicaciones que necesitaba sobre lo que acababa de pasar. Rebuscó en el bolso abierto unos cascos y se los puso mientras seguía caminando hacia un cajero. Sonaron dos canciones y decidió que ya era suficiente. Durante esos minutos el mundo alrededor cobró menos sentido si cabe, flotando en una especie de neblina, de un lado a otro. La música está bien para anestesiarse, siempre que no estés anestesiado previamente. Entró en un bar y entre tartamudeos consiguió comprar tabaco. Encendió un cigarro nada más salir del bar y dio unas cuantas vueltas sobre sí misma, como si esperase a algo o a alguien.

Marcas, y a veces te marcan.

Mañana es el partido, y por fin he aprendido lo que es un fuera de juego.


viernes, 15 de junio de 2012

Tacones Cercanos (Nearby Heels)


He tardado mucho en convertirme en sumisa.
Hasta mis 25 añitos he ondeado orgullosa la bandera de mi rebeldía contra este complemento. ¡No a la dictadura de los tacones imposibles! ¡No a la tortura¡ ¡No a los zancos de 10 centímetros que nos hacen sufrir en silencio mientras intentamos sonreír! ¡No a los dolores, las torceduras de espalda, no al empeine forzosamente dislocado!

Todo eso me gritaba yo hasta ahora, como siempre, por dentro. Lo gritaba en cada tienda, en cada escaparate, por la calle. Qué maldita manía de poner de moda las suelas que te despegan del mundo, te alejan de la tierra firme y te zambullen en un tambaleante universo paralelo de dolor y penurias. ¡¡BASTA!! Que estemos en crisis no significa que el sufrimiento esté de moda.

Todo eso pensaba y gritaba yo, hasta ahora. Hasta el día 15 de junio de 2012, fecha en que me he visto obligada a hacerme con uno de estos instrumentos de tortura femenina para una convención de empresa. Vamos a ir a un sitio muy cool, muy de estilo y eso, o por lo menos es lo que se dice. Y hay que ir arreglada. “¿Y cómo es arreglada? Porque, que yo sepa, me arreglo todos los días”. Pues resulta que arreglada, según el modus operandi de mi empresa, es “ir con cualquier trapito mono, y unos tacones. Con unos buenos tacones ya parece que vas arreglada”. Claro, pues debe de ser que hasta ahora yo he ido como una auténtica perroflauta, con mis sandalias planas de tiras o mis botitas de tacón medio. Porque el tacón MEDIO existe señores, ese gran olvidado de la moda, de las tiendas y su fucking mother. Ese tacón que estiliza la figura, viste el modelito y te da un toque “lady” sin tener que activar el “modo fakir”.

Pero eso no se estila, eso ya no es tacón. Las cadenas de ropa esta temporada ni lo contemplan, el tacón medio pasó a mejor vida.

Hoy he sucumbido a la dictadura de los tacones, maldita sea. Y aquí me hallo, en pijama morado de corazones (como todo buen calzoncillo de hombre que se precie;), destrozando el parqué de mi casa con unos zancos de 10 centímetros. Porque menos, seguro que no son. Bonitos son un rato, ahora lo de andar con ellos sin parecer un caballo desbocado… eso ya es otra historia.