Me gustan los jefes relajados.
Valoro que las personas que influencien mi
trabajo en el día a día, sepan diferenciar y no hayan caído en la trampa. Sean
conscientes de que el trabajo es un lugar en el que pasamos 8 horas al día (más
tiempo del que podemos dedicar a cualquier otra actividad de seguido), donde
ponemos todas nuestras capacidades a disposición de la empresa para que todo
funcione lo mejor posible. Pero en ningún caso es nuestro epicentro, ni nuestro
foco en la vida. Me gusta que sepan ver que la vida es en realidad la personal,
la que nosotros dedicamos a quien queremos y donde queremos. Nuestro trabajo es
un medio, que nos esforzamos en hacer lo más agradable y satisfactorio posible,
pero un medio al fin y al cabo. El que nos permite disfrutar de ese tiempo que
no es de la empresa si no nuestro.
Aprecio que tengan estas prioridades, las suyas propias, y luego las de la
empresa.
Hace años, solía debatirme entre qué elegir:
¿un trabajo excelente o una familia? Me decantaba por el trabajo. Genuinamente
pensaba que era para lo que estábamos aquí, lo que te hacía ser útil para la
sociedad, la base de toda realización personal. Según pasaron los años, me di
cuenta de la trampa en la que andamos metidos. Hay una mentalidad tal sobre el
status y el trabajo, que parece que nos han conseguido convencer de que es
nuestra meta en la vida. Es una perfecta campaña de marketing. Tu hueco en la
sociedad será valorado en función de tu trabajo, y de cuán bueno seas en él.
Está bien visto que un consultor trabaje de sol a sol. Gana mucho dinero, es un
hombre de éxito. Es extraño como asociamos esta figura al éxito, en lugar de con
la pena. Dedicar todas tus horas del día a tu empresa es triste. Te roba tu
tiempo, tu vida. Te compensa con dinero y status. ¿Es acaso un buen cambio?
Hace tiempo que caí en la cuenta, y decidí
poner mis límites. Esto no quiere decir que no me dedique a mi trabajo en
cuerpo y alma, pero en las horas destinadas para ello y dándole la importancia
justa. O al menos, eso intento, aunque a veces me estreso demasiado. De acuerdo
con el nivel de estrés que palpo a mi alrededor, me da la impresión de que
todos trabajamos salvando vidas. Por eso a veces doy un paso atrás, para verlo
en perspectiva. ¿Qué ocurre si este reporte no está como a mi jefe le gusta? Me
frustro, sí, porque lo he hecho lo mejor que sé y estoy convencida de que está
bien. Pero si no es así para él y tengo que cambiarlo, será mañana, y no pasa
nada. No hay catástrofes. No hay drama. Incluso si hay un fallo grave con
usuarios, y se enfadan, y tenemos que buscar un plan… no hay en realidad nada
en juego. La empresa sigue bien. Todo tiene solución. Todo pasa. No importa que
no lo soluciones al segundo, mañana seguirá ahí y no cambiará nada.
Y cuando salgo del trabajo, no quiero ni oír
de él. No estoy pendiente de emails, ni de llamadas, ni nada que no sea mi familia,
mis amigos, mis rincones. Cada cosa tiene su tiempo y su lugar.
Y cualquier empresa que no entienda esto y lo
considere un sacrilegio, es una empresa menos en la que deseo trabajar. Y
cualquier jefe que me exija anteponer mi trabajo a mi familia, mi faceta
materialista ante la personal, es un jefe al que no quiero reportar. La
dimensión humana es muy importante. Al fin y al cabo, es la base y el fin por
el que estamos aquí. Aunque por el camino nos intenten engañar con dinero,
status o aprobación social.
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