Esa es una de las frases que más le dedico a mi progenitor. "Acerque, padre". En realidad es un guiño a lo que siempre le dicen mi madre y mis tías a mi abuelo, al que toda su vida han llamado de usted, cada vez que van a servirle comida. Porque por supuesto, aunque haya 20 personas en la mesa y mi abuelo tenga manos y autonomía propia, ha de ser una de ellas (o mi abuela) las que le sirvan la comida a él antes que a nadie. Heteropatriarcado del de siempre, del original.
Normalmente me enervan mucho estas cosas, pero entiendo que hay generaciones y generaciones y que a los que ya se quedaron atrás es difícil cambiarles. Y este gesto en realidad, me hace gracia.
Se lo digo a mi padre cuando comemos juntos. Él nos regala, al terminar de cenar, su frase estrella: "¿quieres leche... o te la doy yo?". Y siempre, cada vez, se ríe de su propio chiste malísimo.
Mi padre es muy fan de los chistes malísimos. No sé de donde los recolecta, pero cada día viene con piezas nuevas y te las suelta. En la clasificación de chistes, están en el subsuelo, en los de "oh por favor por qué". Pero a él le encantan y a nosotras a veces también.
Como tampoco sabemos de dónde saca toda esa cantidad ingente de cachivaches que compra por internet. Gafas locas con luces, ventiladores que marcan la temperatura en fluorescente, el mástil de una guitarra portable, anillos de superhéroes. Todas las semanas llegan paquetitos de correos, a cada cual más inverosímil. Mi madre antes resoplaba, ahora está bastante orgullosa de la originalidad de sus adquisiciones. Nadie sabe de donde los saca, pero nos divierte a todos.
Creo que he heredado de él el gusto por las "chuminadas" como él las llama (hoy día, "frikadas"). También heredé las "perrunchas", que es el término que usa para describir cuando quieres mucho mucho algo, tanto que se te va la vida en ello, y luego cuando lo tienes pues ya se te pasa al mes. Y a otra cosa.
Con estos hobbies, no es de extrañar que mi padre haya sido muy de Rastro los domingos. Nos ha llevado desde pequeñas. Al principio lo que más adorábamos del mundo era la calle de los animales, ésa insalubridad de callejuela en la que se agolpaban cotorras, gatos, perros y lo que se terciase en aquel momento. Un día fuimos a por una cotorra (una de mis perrunchas) y acabamos saliendo con una perrita enana, Reina. Costó 5.000 pesetas de entonces. Lástima que cerrasen nuestro adorado callejón, y tuviéramos que entretenernos en otros puestos. Pasamos por los de pendientes y piercings, la época de camisetas del monstruo de las galletas y superman, la de los cómics... y con los años compartí su fascinación por los puestos de popurrís, de antiguallas, de randomness. Esos son el verdadero te-so-ro de los mercadillos.
Cuando me visitaron en Turín, donde viví 9 meses de Erasmus, por supuesto que fuimos al mercadillo local. Mi padre, aunque se quejase cuando he vivido fuera, solía decir que era la única forma de que salieran de vacaciones. Le gustaba conocer otras costumbres. Él fue quien me animó a irme, sobre todo cuando tomé la decisión de Londres. ¡Cómo me costó tomar esa decisión... y cuánto me alegro de que me convenciera para ello!
Mi padre siempre ha sido muy curioso. Muy de leer, y de opinar, y sobre todo de estar seguro de llevar siempre la razón. También en eso he salido a él. Le entiendo perfectamente, porque cuando yo estoy segura de algo, sé, con todo mi corazón, que el resto están equivocados aunque aún no se hayan dado cuenta. No hay forma de convencernos.
De eso sabe mucho mi madre, con quien mantiene conversaciones eternas después de comer, mientras toman café. En mi casa siempre ha sido así. Comemos juntos, tomamos el postre y mi hermana y yo nos vamos a cualquier otro lado mientras mis padres alargan el café horas y horas. No sé muy bien de qué hablan, pero siempre parecen conversaciones muy animadas. Solía preguntarme cómo, después de tantos años, les quedarían temas de conversación (sí, eso pensaba yo).
Mi padre es de la vieja escuela, de los de "los niños juegan al fútbol y las niñas a las muñecas", pero a pesar de ello siempre nos ha animado a sacar lo mejor de nosotras mismas y ser lo que nos diera la real gana, pero trabajando para ello. Siempre se ha sentido orgulloso de nuestros logros, y jamás nos ha hecho sentir que no podíamos hacer algo. De pequeñas nos solía repetir "¿Cómo está papá con sus chicas?", a lo que nosotras habíamos aprendido a responder "¡Re-lo-cho!".
Hoy día nadie usa "relocho", ni el 80% del vocabulario que usa mi padre. Es como si le hubieran sacado directo de El Quijote, o de la época en la que la riqueza lingüística era apreciada y valorada por la gente de a pie. Ya sabéis, no en la época en la que todo eran "k" y los SMS habían asesinado a la ortografía. A veces usa solo palabros raros, otras son frases enteras y tengo que enfadarme un poco:
- ¡Papá, no tengo ni dea de lo que estás diciendo!
- Oh, hija, vaya cultura qué tienes. Lee más hazme el favor, lee más. A los clásicos.
Tengo que poner los ojos en blanco cada vez. Le intento explicar que como hable así a cualquiera nadie va a entender lo que dice, pero él insite en que ese no es un problema suyo. En realidad me gusta que sepa palabras raras, porque aunque a veces me ponga nerviosa, me gusta el respeto al vocabulario. Y a la ortografía. Y siempre me ha gustado leer, aunque ya lea poquísimo y mi padre tenga razón.
Mi padre es, además de un Súper Padre, un súper Abuelo. Desde que se jubiló, no para. Dice que tiene tantas cosas que hacer, que no entiende cómo la gente tiene tiempo para trabajar. Va al gimnasio por las mañanas, saluda mentalmente a las personas que siempre encuentra a esa hora y a las que ya ha puesto mote mental, y quema unas cuantas calorías que recuperará con las cervezas de la tarde. Luego se va de paseo con su amigo Estebines, o a una de sus miles de cosas que hacer. Por la tarde se enfrasca en su ordenador, su herramienta de trabajo durante su época laboral y su juguete en su tiempo libre. De vez en cuando echa un tetris, siempre mortal.
Con mi madre, un par de veces a la semana va a ver a mis sobris, para ejercer de Súper Abuelo y recargar pilas. Le vienen fenomenal.
Y cuando llega un acontecimiento especial, mi padre siempre busca en su cantidad de fotos atesoradas en el ordenador desde el principio de los tiempos. Siempre encuentra una que imprimir y adjuntar al regalo, en formato de tarjeta, de papel de envolver o de lo que se le ocurra. En el fondo es un sentimental, aunque vaya de duro y no le salgan las palabras cuando le damos sorpresas.
Es un sentimental, un Súper Padre, un Súper Abuelo y le queremos a rabiar.
Como os dije una vez, mi padre es el mejor del mundo, aunque cocine peor que todos vuestros padres juntos.
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