Me
gusta el desorden. La vida de a pie, sin complicaciones ni florituras. No me
malentendáis: “cuqui” es un término que me encanta, junto con todos las
palabras, objetos y estética que podrían definirse bajo su paraguas. Hay
decoraciones preciosas. Con su orden, su concierto, su gama de tonos pastel y
sus flores colocadas estratégicamente en el corner de la perfección.
Pero
las redes sociales han hecho mucho daño, y me da la impresión que hacen las
veces de escaparates sobre vidas plastificadas. De mentira. Ayer miraba un Instagram
de una fashion blogger. Cada foto está perfectamente calculada. No solo las
fotos de sus estilismos, sino también las que retratan su vida cotidiana. Sus
desayunos, su vida en familia. Día en la piscina con toallas a juego, desayuno
con tostada y aguacate perfectamente colocado al lado del mar. Qué pereza.
Qué
gusto las tostadas de bar desordenadas, con ajo bien restregado y tomate
esparcido por encima a trozos. Los cafés en tazas diferentes con logos de
publicidad. Las toallas de piscina de hace 10 años, aún con un piolín dibujado
en el centro pero casi con la misma suavidad que entonces.
No
puedo con tanta energía. La vida ya es lo suficientemente dura y agitada, como
para también gastar fuerzas diarias en que cada elemento combine entre sí. Me
gusta ver mi salón bonito, con los cojines en su sitio. Pero también me gusta
ver mis gafas sobre la mesa y el mando de la play de mi chico sobre el brazo
del sofá, sin colocar. Me gusta mi casa imperfecta, las personas imperfectas y
las fotos que reflejan lo que realmente hay.
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