No debería escrbir un blog. Debería escribir un libro.
Aunque me faltan palabras, o más, bien, no sé cual escoger ni como
ordenarlas.
¿No es irónico? ¿No es realmente irónico?
Es como si alguien hubiese llegado y hubiese alborotado en mi
cabeza todo mi diccionario, mi gramática y hasta la forma de pensar. Y ahora
nada conecta entre sí. Son cables sueltos, perdidos, sin hermanar.
Probablemente a esto se le llama estado de shock, pero no estoy segura. Ahora
mismo no estoy segura de nada.
Los pasos no se acompasaban. Caminaba en un balanceo veleidoso, impredecible, descoordinado y descoordenado también. Le empujaba una inexplicable
necesidad de andar. Hacia la nada, hacia el todo, hacia ningún sitio y a
cualquier otra parte. De vez en cuando se tapaba la cara con la mano, y luego
ésta pasaba al pelo para alborotárselo inconscientemente. La mirada fija en el
vacío, ese que nunca se sabe bien donde queda. Los tacones empezaban a hacer mella en sus tobillos, pero
aquella fuerza seguía empujándole.
Cruzó un paso de cebra y luego lo descruzó.
Cambió de sentido y luego giró a la izquierda por una callejuela. Se ajustó el
bolso, que colgaba abierto sobre su hombro izquierdo. Tenía demasiadas cosas
que guardar para que cupieran en ese bolso diminuto. Agarraba el teléfono como
si en él fuera a encontrar todas las explicaciones que necesitaba sobre lo que
acababa de pasar. Rebuscó en el bolso abierto unos cascos y se los puso
mientras seguía caminando hacia un cajero. Sonaron dos canciones y decidió que
ya era suficiente. Durante esos minutos el mundo alrededor cobró menos sentido si cabe,
flotando en una especie de neblina, de un lado a otro. La música está bien para
anestesiarse, siempre que no estés anestesiado previamente. Entró en un bar y
entre tartamudeos consiguió comprar tabaco. Encendió un cigarro nada más salir
del bar y dio unas cuantas vueltas sobre sí misma, como si esperase a algo o a
alguien.
Marcas, y a veces te marcan.
Mañana es el partido, y por fin he aprendido lo que es un
fuera de juego.