miércoles, 12 de octubre de 2011

Homeless Story

Hoy he querido rescatar historias huérfanas de este ordenador semiabandonado. 
Por muy absurdas que sean, como la que copio a continuación. 
Ocurrió hará cosa de un mes... y sí, la anécdota también ha inspirado el título de la entrada.

Llego a casa bastante tarde, o pronto, según como se mire. Los párpados se me cierran por el cansancio. Para mi sorpresa, al llegar al portal me encuentro con una pareja de vecinos que llegan también bastante tarde. O pronto, según como se mire.
Tienen unos 40 años, 3 hijas que estarían durmiendo, y creo que están un poco piripis. Me caen bien, aunque nunca he hablado con ellos. Comparto el ascensor con ellos, y mantengo mi Silencio Serio de Ascensores en el que tengo ya bastante práctica. Ella, animada, decide romperlo:
-          Te iba a decir que llegas muy tarde, pero… ¡nosotros también! – se le escapa una risilla traviesa y me hace un gesto cómplice. Por más que lo intento, no puedo cambiar mi actitud de Silencio Serio de Ascensores. Mi intención es seguirle la broma, hacer un comentario jocoso acompañado de un codazo estilo “¿eh, pillines?”, pero en lugar de eso solo me sale un:
-          Pues lo vuestro, y encima a vuestra edad, tiene mucho más delito.
No hay codazo, ni tan siquiera un ápice de sonrisa porque no puedo cambiar mi modo de Silencio Serio de Ascensores. Según estoy acabando de decirlo, deseo no haber abierto la boca. Me pregunto porqué narices he dicho eso, mientras observo la transformación en las caras de mis vecinos. Ojipláticos, se quedan sin palabras durante lo que parece una eternidad. Se hace un silencio más espeso que un puré de patata, hasta que la mujer dice con un hilillo de voz:
-          Bueno, por un día…
Su mirada está llena de culpabilidad y me da una pena tremenda. 
Quiero sonreír y excusarme, decirles que era una broma, pero mi modo SSA no me deja y sólo puedo articular un “¡Hm!” dictatorial mientras se me caen los párpados del sueño. Salgo del ascensor colorada y con actitud involuntariamente altiva.

Cuando introduzco mi llave en la cerradura, no dejo de reprenderme mentalmente. <<¿Por qué meto tanto la pata? Habrán pensado que soy una maleducada. ¿Qué me hace ser tan bocazas?>> Nada, que no abre. Pruebo con la otra llave. <<Me ha faltado echarles la bronca y decirles que les denunciaré al tribunal de la tercera edad. O castigarles en una esquina del ascensor.>> Tampoco funciona. Mis padres han echado la llave por el otro lado y no hay forma de entrar en casa. Llamo por teléfono, pero nadie contesta. Sigo escuchando ronquidos al otro lado. Me apoyo en la madera y resoplo con resignación. Voy deslizando poco a poco la espalda por la puerta hasta quedarme sentada sobre el felpudo, móvil en mano. Son las 5 de la mañana y voy a tener que dormir en el rellano. Sólo cabe una explicación: Karma


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