- ¿Podrás perdonarme algún día? Por haberte perdido. Por no haberte encontrado de nuevo.
-
No soy yo el que debe hacerlo. Tú eres quien tiene que perdonarme y dejar de castigar al resto por ello.
- No es mi intención castigarles, no es lo que quiero.
-
Lo sé, pero eso no significa que no lo hagas.
- No sé cómo perdonarte. Creí que lo había hecho hace mucho tiempo.
-
Me olvidaste, pero nunca perdonaste que desapareciera de tu vida.
- No fue mi decisión.
-
Pero es tu decisión volver a verme, y no quieres. En lugar de ello, huyes. Y castigas al resto.
- Intento encontrarte, pero al ver que no eres tú…
-
Ni siquiera te das tiempo para ver con claridad, sólo buscas la forma en la que me viste. Y al no identificarla a la primera, desistes. No esperas a enfocar bien, y comprobar si soy realmente yo. Puedo haber cambiado mucho. Deberías saber bien que cambio con facilidad con el tiempo.
- No sé cómo eres ahora, ¡hace tanto que te vi por última vez! Temo no ser capaz de reconocerte.
-
No creo que realmente desees reconocerme. Si no, esperarías a enfocar. Creo que no me has perdonado que me fuera, y lo que realmente temes es verme de nuevo. Por eso sales corriendo, y por eso también castigas al resto. Porque no soy yo, o porque quizá lo sea. Cualquier excusa te vale.
- ¿Y si no puedo soportar que ya no seas el mismo? ¿O que desaparezcas de nuevo?
-
El ego siempre sufre al sentirse vulnerable. Y tú decidiste hace tiempo no volver a ser vulnerable nunca más. Por eso no nos hemos vuelto a ver.
- Eso es, no quiero ser vulnerable nunca más.
-
Entonces seguiremos sin vernos. Y seguirás sin perdonarme, y castigando al resto.