martes, 12 de febrero de 2013

Primer día en el mundo

Es el primer post que escribo desde Londres, aunque no el primero que escribo desde Reino Unido. Y como a veces me gusta llevar la contraria sin razón ninguna, le he puesto un título en español.
En realidad es sólo la canción que estaba escuchando en este momento, o una variación de ella. La música me protege del resto del mundo.

Cuando faltaban unos metros para llegar al aeropuerto, yo era un manojo de nervios. Vale, lo confieso: llevaba siendo un manojo de nervios unas cuantas horas. Mis padres me acompañaron una vez más para despedirme. Ya van tres veces y deberían de estar acostumbrados, pero mi madre siempre guarda unas cuantas lágrimas de más para la próxima. Es muy previsora. Como no quería que se le acabasen todas, decidí entrar mucho antes de tiempo a las tiendas del duty free y dejarles al otro lado. No, las despedidas no me gustan, y menos cuando no lo son. Tras recorrer las tiendas de rigor, me hice con un sitio frente a la puerta de embarque. Apenas había cuatro personas, aunque no acertaba a adivinar su nacionalidad. Mientras desenvolvía mi sandwich de atún con tomate saqué mi móvil para devolver las últimas llamadas recibidas. Dice mucho quien se acuerda, esté donde esté, que tú estás a punto de coger un avión.

La espera no fue larga, puede que fueran las llamadas, o el sanwich de atún o las decenas de personas que fueron llegando de nacionalidad desconocida. Al entrar en el avión caminé decidida dispuesta a elegir un sitio con ventanilla. Cuando estaba casi al final del pasillo recordé que tenía asiento asignado, y tuve que retroceder entre la molesta fila de pasajeros que se apartaban como podían, refunfuñando. 5E. Justo en medio de un señor y una señora, ya acomodados. Me hice un hueco como pude para ocupar mi asiento y me coloqué las 2 chquetas, el abrigo de ewok y las dos bolsas en los 2cm de sitio que me quedaban. Los señores me observaban, uno a cada lado, estupefactos ante la cantidad de bultos y la enorme torpreza con la que intentaba organizarlos. Fingí que no advertía sus miradas, como si fuera lo más normal del mundo viajar sepultada por una montaña de ropa.

Pronto el sueño se adueñó de mí. Por más que quisiera mirar por la ventana, escrutar a los pasajeros con la mirada o hacer todas esas cosas que siempre hago cuando viajo sola, no podía. Siempre me ha encantado coger aviones sola. Sin embargo esta vez me di cuenta de que me aburría. Ya no era divertido ni emocionante. Eché de menos alguien de confianza con quien hablar, o en el que apoyarme para dormir. 

Como no podía, decidí vencer al sueño y me pedí un café strong. La azafata me lo dio en la mano tras varios intentos de colocar la taza sobre mi montonera de ropa, sin éxito. Mi señor y señora volvían a mirarme, preguntándose seguramente cómo lo haría para echarle el azúcar y la leche sin derramarlo todo. Unos cuantos malabarismos después disfrutaba del café más asqueroso del mundo. Si no lo escupí fue porque la inexistente distancia que me separaba del asiento de enfrente hubiera hecho que me tragase mi propio vómito. Eché de menos alguien a quien gritarle '¡ES EL CAFÉ MÁS ASQUEROSO DEL MUNDO!', pero nadie pareció darse cuenta de mi necesidad.

Leí un poco de 'cuentos demasiado cortos', y por fin aterrizamos. Al esperar las maletas junto a la cinta mecánica, yo era un manojo de ropas sin ordenar. Divisé mi maleta envuelta en mil plásticos y coloqué mi cuerpo en posición jugador de rugby, listo para lanzarse sobre su presa. En cuanto estuvo a mi alcance la derribé haciéndome con ella y la conseguí tirar al suelo. Un ruido sordo acompañó la caída, pero nadie aplaudió mi victoria. Me levanté con orgullo y fui a por un carrito. En un 3 maletas contra 1 tenía las de perder. Me enredé con la bufanda, perdí el equilibrio al colocar la primera maleta, se me cayeron las otras dos por lados diferentes... creé el caos, sí, pero tras 10 minutos conseguí tenerlo todo sobre ruedas.

Lo llevé hasta la estación de tren, rezando porque me lo dejaran meter en el propio vagón. De nuevo nadie escuchó mis súplicas y me indicaron que debía dejarlo antes de los tornos. Así lo hice, corriendo para no perder el tren que llegaba en 3 minutos. En la carrera, una de las maletas volcó y otra salió despedida en un intento de fuga fallido. Desistí de mi papel de mujer independiente' y grité un 'EXKIUSMICANYUJELPMIIII?' al chico del chaleco naranja situado junto a los tornos. Debí de asustarle, porque se acercó corriendo a cogerme las maletas y gritó un 'oup'nd'doooooor' a su compañera, como si de una maniobra de rescate se tratase. Me llevó corriendo y pude coger el tren a tiempo. Apesar de obstaculizar el pasillo central, el viaje de tren fue tranquilo y sin incidentes.
  
En St. Pancras estaba esperándome Minus, que después de un enorme abrazo me llevó a su casa. Allí estaba Sheep, otro de mis amigos de erasmus, así que abrimos unas cervezas y cenamos en lo que parecía un reencuentro madrileño. Pero no. Estábamos en Londres.     

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