A la hora de buscar trabajo -como es de esperar- nos encontramos mil y una trabas al margen de la crisis, la no crisis y el uso/abuso de este término ya desgastado. No me equivoco si generalizo (y conste en acta que no soy partidaria de las generalizaciones) al afirmar que este un hecho mayoritario. Las barreras y más barreras, y luego… por supuesto, alguna barrera más y barreritas también en letra pequeña.
No generalizaré en mi caso, porque es mío, y porque sinceramente no sé si a ustedes les ha pasado algo de esto. Por eso lo comparto, una vez más, buscando soluciones. O por lo menos, un desahogo social media (otro día escribiré sobre esto, que va desde el click en el “unfriend” a los status de twitter).
Existe otra clase de “ninis” a estudiar (valga la paradoja): los “ninis” obligados. Los que produce la sociedad, los que no son ninis por vocación sino por obligación. Los que no estudian porque no tienen dinero para afrontar un máster de 7.000 euros de media, y no pueden trabajar para costeárselo porque no encuentran trabajo. La pes(c)adilla que se muerde la cola. A diferencia de los ninis innatos, los obligados sufren y mucho. Por lo que parece, la sociedad no encuentra hueco para ellos. Y lo que es peor, promueve y empuja cada vez más esta tendencia: ni abarata la educación, ni la facilita (al margen de becas como la erasmus, que consistía en mi época en 100 euros al mes. Todavía tienen la poca vergüenza de llamarla beca), y mucho menos crea empleo.
Aparte de pertenecer a esta nueva raza social antes nombrada, mi caso contiene algo peor: Vivo en el limbo laboral.
Después de terminar mi carrera a curso por año (y de disfrutar de la estafa económica del erasmus), decidí hacer algo más por mi futuro y emigrar a Reino Unido. Como muchos otros, mi objetivo era mejorar mi inglés. Por supuesto, aparte de por cuestiones de superación y cultura, por su importancia vital a la hora de buscar trabajo. Sin beca ninguna, estuve un año trabajando como au pair en Escocia. Un año del que no me arrepiento en absoluto y que me aportó innumerables experiencias aparte de la de aprender un nuevo idioma. El caso es que volví, dispuesta a coger a la crisis por los cuernos y emplear toda mi paciencia y formación para buscar un trabajo.
La realidad: llevo casi 6 meses enviando currículums a mansalva, inscribiéndome en cientos de ofertas y rellenando miles de formularios en empresas (en las cuales no basta con enviar el cv y una carta de presentación, si no que tienes que emplear media hora en cada una para transcribirlo todo paso a paso). Creo que he recibido 3 respuestas si llegan. Aunque haya sido para decirme que no estaban interesados, me ha hecho hasta ilusión recibir esas pruebas de mi existencia. De verdad, se agradece el saber que, al menos, no se está siendo completamente ignorado. Al menos.
En las ofertas (pocas, obvio) que encuentro, piden experiencia de 2 años. Mínimo. Evidentemente no la tengo. Hice mis prácticas, he trabajado en otras cosas, pero experiencia de 2 años no la veo muy factible. Bien, no me desanimo. Aunque continúo presentándome a esas ofertas, busco contratos en prácticas. Lo que sea con tal de adquirir experiencia, de aprender, de trabajar (por fin) en lo que he dedicado 5 años de mi vida. Lo que me encuentro son innumerables ofertas pidiendo becarios, IMPRESCINDIBLE CONVENIO CON
LA UNIVERSIDAD. Dios mío, ya nadie hace contratos en prácticas, tampoco puedo ser becaria porque no continúo en la universidad, ¿¿Qué se supone que debo hacer??
Mientras intento ser constante con mi búsqueda, bifurco mis objetivos: tal vez si no puedo encontrar trabajo como periodista, puedo trabajar en cualquier tienda, bar o pequeño comercio. Así al menos podré obtener ingresos para hacerme un máster en un futuro. Cual es mi sorpresa que, cuando nunca antes me había costado lo más mínimo encontrar un trabajo de este tipo, ahora es tarea imposible. A veces se me caen las lágrimas mientras me dejo las horas y el ánimo frente al ordenador o pateando calles comerciales currículums en mano, rogando por un puesto de dependienta en zara. Después de haber terminado mi carrera, este es mi día a día.
No puedo trabajar en un puesto digno de mi profesión porque no tengo experiencia. No puedo trabajar en prácticas, porque no puedo ser becaria. No puedo trabajar ni gratis, porque no estoy en la universidad estudiando nada. No sigo estudiando porque he acabado mi carrera, y aunque me gustaría hacer un máster, para ello necesito un trabajo. No tengo la suerte de haber nacido rica. Y ahora resulta que tampoco puedo trabajar en zara, ni en ningún pequeño comercio.
Lo más gracioso ha sido hoy, cuando me he acercado la tienda en la que estuve trabajando un verano. Es una tienda movistar, y el tiempo en el que trabajé allí estuve muy a gusto. Me trataron muy bien. Por eso hoy he ido a llevar el cv, instada por mi excompi con un “¡Sería genial que volvieras! Ahora están buscando gente, ¿Quién mejor que tú?”. Como no estamos para desaprovechar palabras de ánimos (que se absorben en nada debido a la escasez de ellas) ni mucho menos oportunidades, allí que me he presentado esta mañana. Cuando he llegado y después de un saludo cariñoso, mi compi me ha soltado “Por cierto, ¿qué edad tenías?” a lo que yo me he reído y he contestado muy tranquila “24, ¿porqué? ¿acaso hay límite de edad?”.
Je. Su cara ha sido de “je”. Porque me ha dicho que había hablado con la nueva jefa sobre mí para que me cogiera, y su primera pregunta había sido sobre mi edad. ¿Porqué? PORQUE CHICAS CON MÁS DE 22 AÑOS NO SUELEN COGER.
Dios mío, lo que me faltaba. Después de soltarle cuatro tonterías de las mías (aunque ciertas) como que ya podía habérmelo preguntado la semana pasada, que tenía un año menos… pues me he ido, de nuevo, sin saber si reir o llorar. Keep smiling. Mi máxima empieza a tambalearse.
El tema es que estando en el limbo, ¿dónde está el cartel de salida? Que además, aquí ya somos muchos y empieza a ser difícil respirar...
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In the fucking street |