Ayer fui de shopping. Sí, vuelve la vena frívola y consumista de Lady Madríz, pero he de advertiros, antes de que empecéis a lanzar vuestros juicios hacia la pantalla del ordenador: esta vez fui a un lugar diferente. Mejor que el cualquier Mall, mejor que el Topshop, mejor incluso que my beloved Mercado de Fuencarral. Y es que ayer fui a La cuesta de Moyano. Qué tremendo ese Moyano. Que hizo una cuesta ala, ahí, para él solo. Vale, ya dejo las tonterías para otro momento... porque hoy toca hablar de cosas serias.
Fui a primera hora, por eso de pillar sitio y buenas ofertas. Mi mente guardaba notas mentales desordenadas, autores o títulos que me interesaba encontrar. Proust. Hemingway. Paul Auster. La metamorfosis. Roberto Bolaño. Murakami. Pero entre todas ellas, había una que ocupaba mi portada mental: Mi objetivo era encontrar “El Gran Gatsby”.
Así que cogí aire, de todo el que le sobra al invierno y que había decidido soplar esa mañana, y empecé la cuenta atrás de casetas.
Después de ojear cuantos libros se apilaban en el primer stand, me decidí a hacer la pregunta estrella:
- Perdone, ¿Tiene el libro del Gran Gatsby?
- No… ese no lo tenemos.
<<Bueno, no pasa nada. Es sólo el primer puesto>>. Continué mi examen visual de libros. De entre todos ellos escogí uno para hojear. Leí el resumen y el libro ya me ardía en las manos. De momento ya tenía un “posible”, pero como no quería precipitarme en la compra decidí hacer otra nota mental. Paul Auster, Sunset Park.
En el segundo puesto ya habían montado la mesita de ofertas, esa que ponen frente a todas las casetas con los libros a 1 euro, a 3 y a 5 los más careros.
- Disculpe, ¿No tendrá por casualidad “El Gran Gatsby”?
- Qué va hija, ya me han preguntado un par de veces en esta semana.
Escondí la barbilla en mi bufanda y fui directa a la mesita de ofertas, como si me hubieran hundido el ánimo lo suficiente para no esperar nada más digno de mi escasa capacidad monetaria. Husmeé con la inocente dedicación de quién solo ha visto 2 puestos de 30, releyendo cada título asfixiado entre tantos tomos. Un reflejo amarillo me nubló la vista: En el camino, Kerouac. Cinco euros.
- ¡Me lo llevo!
Mi padre observó el libro que le acababa de plantar en la cara.
- ¿Y quien es ese tal Kerouac?
- Generación Beat.
- ¿Y esos quienes eran?
Hundí la cara en mi bufanda de nuevo. Iba a decirle los tópicos de rebelión, drogas y libertad sexual, pero preferí resumirlo todo en un
- Unos que molaban.
Mi padre sacudió la cabeza, desesperado. A veces le saco de quicio, lo hago aposta. Respondo a preguntas serias con adjetivos como “cool” o “trendy”, siempre usando verbos tipo “molar” y “flipar”. Quiero darles alguna excusa para que no se cuestionen el hecho de estar manteniendo aún a una mujercita de 24 años. Aunque la verdadera razón es que me gusta sacarles de sus casillas con mis sarta infinita de tonterías, despistarles con argot quinceañero y estúpido. Me río muchísimo.
Así que después de sacudir unas cuantas veces la cabeza, mi padre farfulló algo entre dientes que debía significar algo como “cuándo haremos vida de esta hija”.
Y acto seguido, entregué los cinco euros al tendero y metí al king of the beats a la saca.
En el siguiente puesto tampoco tenían al Gran Gatsby, aunque me siento un poco culpable al confesar que poco me importó en ese momento. Hacía años que no iba a la cuesta de Moyano, pero entre mis escasos recuerdos no aparecía ninguna caseta como aquella. Música y literatura. ¿Puede haber un cocktail mejor? Dúdolo. Ni siquiera el Cosmopolitan en copa achatada, nada puede compararse a esta combinación. Allí, en escasos 5 metros cuadrados , se concentraban todo tipo de libros dedicados a la música. Sí , había los típicos de “Rolling Stone”, “Elvis Presley vida y milagros”, y cuantos míticos puedan encontrarse en la FNAC. Pero también había libros enteros de canciones. Pero no libros cualquiera, no: de esos que destilan encanto, sencillez, tradición. Yo soy de las que creo en el aroma de los libros. Temas entrañables encuadernados, ¿Podéis creerlo? Yo, que me paso la vida buscando letras, traduciéndolas concienzudamente y aprendiéndomelas de memoria, recortándolas en citas, frases que hilar con otras, destripándolas enteras… ¡Y allí estaban, un montón de libros con canciones, y sus traducciones correspondientes! The Beatles, Tom Waits, Leonard Cohen. Quería llevármelos todos. Pero mientras recorría ansiosa con la mirada todos aquellos tesoros, me topé con un libro muy finito color violeta. La encuadernación era sobria, sin nada que llamase especialmente la atención. De tapas finas pero elegantes. En la portada, sólo un rectángulo beige rompía la armonía del oceáno púrpura. “Cuentos Pop”. Cuando leí la reseña trasera, apenas cinco líneas, se me iluminaron los ojos como focos incandescentes: Definitivamente aquel era el HIGHLIGHT de mi día.
Era un libro de cuentos, 29 relatos cortos basados cada uno en una canción: Los Planetas, Pulp, Lou Reed, Lori Meyers, La habitación roja. Todos tenían cabida en mi preciado tesoro. Lo pagué sin pestañear y le hice un huequito en mi bolso. ¿Cuántos descubrimientos cómo éste escondería aquel habitáculo? Seguramente cientos. Pero no quise detenerme más en él, a riesgo de sufrir una bancarrota en plena cuesta. Imaginaos que panorama, ir dando un paseo y de repente encontrar a alguien sufriendo una bancarrota. No es plato de buen gusto para nadie, y yo lo entiendo. Así que me ajusté el gorro de lana hasta que me cubriese bien las orejas y seguí bajando la calle.
- Oiga, ¿No tendrá aquí el libro del Gran Gatsby?
Me pareció bien seguir tentando a la suerte. Quién sabe si después de una lotería no te toca otra, todo es estar en racha.
- El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald.
- ¡Ése mismo!
- No lo tenemos.
Arg. El alarde de sabiduría de ese librero me había jugado una mala pasada. De nuevo preferí la mesita de enfrente, para demostrarle un poco de mi acritud. Allí sufrí un dejà vu (había evitado la bancarrota… esto ya me fue imposible) al ver una portada naranja chillón, con el dibujo de un cartero con una napia de dimensiones desproporcionadas. En la editorial, un simbolito que echaba humo.
- ¡Aaaaah! – Inmediatamente fui en busca de mi progenitor para enseñarle mi hallazgo.
Cuando se lo señalé, no movió un solo músculo de la cara. Creo que aún seguía dándole vueltas al “cuándo vamos a hacer vida de esta hija”. Claro que mi elección tampoco ayudaba mucho.
- ¡¡Esss… el mítico “La nariz de Moritz”, por Dios!!
Nada, estaba totalmente negado a compartir mi excitación. Asumí por enésima vez en mis 24 años que mi punto naif no era habitualmente compartido, y pagué los 3 euros que valía. El barco de vapor, serie naranja. Qué recuerdos. Cierto era que sería sólo destinado a adornar la librería, pero cada vez que lo viese me arrancaría una sonrisa. Eso seguro.
Tres puestos más adelante, también en la mesita de enfrente, se extendían un buen montón de títulos en inglés. Novelas rollos, libracos infumables, y unos cuantos tipo “Princess in Park Avenue”. Sin pensármelo dos veces escogí cuatro de estos últimos, debatiéndome entre títulos como “Princess Pop” o “Date him or dump him?”. Al final me decidí por el primero. Ése y otros tres títulos más, poco honrosos, novelas de teenagers deseosas de ser reinas del baile… pero absolutamente perfectos para leer en inglés. Entretienen, son facilitos y te dan vocabulario. ¡Perfectos! Por supuesto, en este puesto tampoco tenían El Gran Gatsby.
Shangai Baby. Cinco euros. En mi bolso aún quedaba un huequito, así que lo metí junto a los demás. Después de pagarlo, claro. La fila de puestos ya llegaba su fin, y mis orejas rozaban ya el estado de criogenización absoluto. Mi padre merodeaba por ahí cerca, pero siempre lo suficientemente lejos como para no coincidir en el mismo puesto. Había decidido poner distancia de seguridad anti-comentarios y desvaríes hijiles.
En el penúltimo puesto, ya sin esperanza ninguna, pregunté por mi objetivo del día.
- ¡El Gran Gatsby, sí! ¡Me queda justo uno, espera!
Aaaaah. Aaaaah-aaaaah-ah. Gritos interiores, euforia contenida y ganas de morder a alguien. O de abrazar al librero. Lo que sea. Me levanté de puntillas, escenificando mi estado interior, aquello de “estar flotando”, pero dismulé haciendo ver que estaba mirando otros libros mientras mi querido librero buscaba. Pudo tirarse 10 minutos recorriendo las estanterías. Diez eternísimos minutos. Mientras, se ocupaba de alimentar mi esperanza con frases como “Si lo tengo, sé que lo tengo”, o “Qué rabia no encontrar un libro cuando sabes perfectamente que lo tienes”. Y después, se dio la vuelta y se disculpó.
- Hija, lo siento, pero no hay manera. Anda por ahí, pero no sé exactamente dónde.
Me disponía ya a hundirme en mi bufanda de lana, pero decidí agotar todas mis opciones antes de darme por vencida:
- Y, y, y… ¿Puedo pasar yo y buscarlo?
- Claro, cielo.
Allí me metí, en busca del libro perdido. Y lo que perdí además fueron otros 10 minutos de frustración, en los que no hacía más que ver títulos que no quería, justo los que no quería. El Gran Gatsby había decidido hacerse completamente minúsculo y no aparecía. Desistí. Le agradecí el gesto y me marché a terminar la hilera de puestos.
Mi padre volvió a acercarse a mí, supongo que asumiendo que yo era su hija y punto. Era un hecho irrefutable, por más que intentase alejarse de mí unos pasos. Recorrimos juntos los 4 a 5 puestos del final. Bolsos, colgantes, mecheros. Nada que me interesase en absoluto. Estaba totalmente cegada por los títulos. Cuando llegamos al puesto de bisutería del final, dimos la vuelta. Pasé de nuevo por el stand de mi ex-amado librero.
- Y… ¿tenéis al menos “Crimen y castigo”
- Ah sí, ese sí cariño.
Así que ya, mucho más anestesiada por el contrapeso de Dostoievski, le di las gracias y lo llevé de la mano todo el camino. Mi bolso era grande, pero no tanto.
Y aquí termina mi mañana de shopping, que para haber durado 3 horas me ha dado para una de esas infumables entradas que suelo escribir de vez en cuando.
Al final, ni Paul Auster, ni Bolaño, ni sombra del Gran Gatsby. Pero cuando llegué a casa, libre de bufandas, gorros, y con las orejas por fin deshielándoseme, no pude evitar pensarlo. “Más contenta que una niña con zapatos nuevos”. Pero que muchíssimo más.
P.D.- Ahora solo queda esperar a Sus Majestades de Oriente, a ver si en por esas tierras aún les quedan ediciones del Gran Gatsby. Buah, les voy a dejar hasta arriba de leche, vino, pastas y turrones.
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