...Y he aquí la historia que le conté.
Edinbra, 12 p.m.
Edinbra, 12 p.m.
La luz se colaba a raudales por la enorme ventana del salón. Intenté abrir los ojos, poco a poco, para no sufrir una ceguera irreversible. Fue entonces cuando recordé que no estaba en mi casa, si no en la de mi amiga Bea. Repasé la noche anterior: llena de risas, los piratas, doritos y Cortázar. Si tuviera que pintar un lienzo sobre mi amiga Bea, lo haría con pinceladas bohemias de vino y Cortázar.
Me incorporé con los posos de una noche estupenda, llena de energía para un unusual día lleno de sol in Edinbra. Bea se había ido a trabajar bien pronto, pero me había dejado víveres de sobra: un montón de dvd's y el mando a distancia a mano. Después de tragarme un rato de Friends (I could never be bored of watching friends -become a fan-), posé la vista en Sex and the city. Juraría que los había visto todos, pero nunca está de más un revival en inglés.
Un par de capítulos fueron suficientes para obtener la dosis de Sex and the city en vena. Antes de que se pasara en efecto, me pegué una ducha rápida, me arreglé modo chic style y salí a disfrutar de un apropiado window-shopping (qué queréis, cada uno dentro de sus posibilidades!).
El centro estaba hasta arriba. Como los caracoles, todos habían salido de sus casas con la esperanza de que les tocase al menos un rayito de sol. El lujoso Hotel Balmoral, los Princes Gardens, la concurrida zona de tiendas y el Castillo, observando desde lo alto. Todo empapado de luz. Estoy segura de que si alguien hubiese inmortalizado esa imagen, en ese momento, el negativo hubiera salido velado. Y entre tanta luz, un montón de personas abarrotando las calles.
Entre ellas yo, con paso decidido y absorbiendo a cada paso el ambiente optimista que Edinbra exhalaba por sus poros. Vuelta rápida en Topshop, prueba de complementos en H&M, inspección de nuevas colecciones en The Office, ojeada ineludible a River Island. Aunque el espíritu SATC seguía recorriendo mi organismo a un ritmo frenético y estaba disfrutando como una enana de mi sesión matutina de window-shopping... necesitaba unas medias. Podía soportar el hecho de recorrerme todas las tiendas, probarme cientos de prendas y extasiarme con complementos de "ay!si pudiera..." sin soltar un duro. Hay gente que lo considera una tortura, o bien instinto masoquista. Para mí es un deleite absoluto. Pero no podía irme de allí sin comprarme unas medias, porque todas las que tenía estaban en la basura llenas de rotos.
Entonces pasé por Jenners.
Jenners es el Harrod's, el Lafayette escocés, un poco al modo de El Corte Inglés. Grandes almacenes en medio de la Gran Vía escocesa, llamada Princes Street. Creo que había pisado el Jenner's floor apenas un par de veces, una de ellas para ir al servicio. Su distribución es laberíntica, y a cada paso que das te encuentras algo aún más caro que lo anterior. No es que no me guste olisquear la ropa cara aunque esté fuera de mi alcance (como he dicho, yo soy más de comer con los ojos), es que ese tipo de señales sutiles parecen echarte, como un "¡¡Fuera!!" o un "¡Esto no es para ti, asúmelo y vete!". Tipo pretty woman, pero haciendo uso de trampas que te obligan a marcharte por tu propio pie.
Pues bien, como ese día me sentía más exultante que nunca, sin pensármelo dos veces atravesé la puerta. Sí, lo hice. Llamadme loca, pero allí estaba.
Nada más entrar me dieron un panfleto que apenas miré, por la costumbre de todos los "vendo oro" que he ojeado en mi vida. La cosa iba bien. No sólo no me habían apuñalado con una mirada fulminante, si no que me habían sonreído y hasta me habían dado un panfleto. Había colado. Ya estaba dentro y era una más.
Claro que no pude evitar caer en su trampa laberíntica de pasillos imposibles y escaleras que llevan a ninguna parte, con lo que aparecí en un lugar completamente diferente a la sección de medias. Justo cuando me disponía a preguntar la dirección de lencería, la mujer se me adelantó
- ¿Le gustaría disfrutar de un desfile? Llega usted justo a tiempo. - Sin dejar de sonreír, me guió hasta una salita medio escondida. Allí, entre perchas de faldas y blusas, habían dispuesto dos filas de sillas, una a cada lado de la pasarela. Absorta aun en lo que acababa de encontrar, escuché la voz sonriente de la mujer (porque las voces también sonríen)
-¿Zumo o Cava?
- Cava, por favor.- ¿Qué otra respuesta cabía para un sábado a las 2 del medio día? Al momento mi mano sujetaba una fina copa llena de cava, mientras me dirigía a ocupar una de las sillas blancas. Encima de cada asiento habían colocado también una bolsa de Chanel solapada con un lazo negro. Sin salir de mi asombro cogí la bolsa y me senté. Durante 20 minutos asistí a mi primer desfile, que sería de 5a o 6a categoría a lo sumo, pero desfile al fin y al cabo. La ropa no era de Óscar de la Renta o Angel Schlesser, sino tipo "fórmula joven" made in Jenners. Pero mi sensación, sentada en aquella silla plegable, con mi bolsa de muestras de chanel en el bolso y dando pequeños sorbos a esa fina copa de plástico, era como estar en ese desfile esperando ver a Carrie desfilando para D&G sobre unos taconazos de vértigo. Justo el capítulo que había visto apenas 2 horas antes.
Tras esos 20 heaven-minutos decidí que el desfile ya no daba para más y mi cava tampoco, así que me levanté y terminé de hacer mi única compra del día. Unas medias. No demasiado cool, pero useful al fin y al cabo. Sí, ya estaba de vuelta en la Tierra.
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