Y por fin llegamos al epicentro de la historia.
A los pocos días de mis delirios autobuseros y de contarle aquella historia a mi madre, me llamó mi amigo David para ofrecerme un regalo de cumpleaños adelantado: asistir a la pasarela Cibeles. David es un cámara, fotógrafo y artista increíble, y con 25 añitos ya se codea con la élite televisiva. Pero no deja que se le suba a la cabeza, por lo que siempre le verás con sus botas de montaña (ya sea invierno o verano), sus vaqueros anchotes y sus camisetas de mangas recortadas. Sin olvidar del detalle del pañuelo que llevan todas las modernas en la cabeza, atado a la hebilla del pantalón. Marcando estilo. Totalmente inmune a toda tendencia fashionable.
Tras un camino de incontables "¿Y ahora qué hago?" (conducía yo, claro) y alguna preguntilla de seguridad a la entrada, pasamos al Otro Mundo.
El cibelespacio. Ante mis ojos se extendía todo un pabellón lleno de stands relucientes que atraían mi atención como si fueran perlas o diamantes. Me aproximé a lo que tenía más cerca: el espacio de nuevos diseñadores,
EL EGO. Decenas de perchas llenas de diseños más allá de inditex, desde lo más extravagante hasta la elegancia hecha prenda. Tocar, sentir el material, observar las costuras y pliegues imposibles pudo durarme horas de no ser por mi moderador. En aquel pequeño círculo tenían cabida todo tipo de piezas: vestidos que te encantan pero nunca te pondrías, vestidos que desearías estrenar mañana mismo, chaquetas, jerseys con capuchas de dragón, mocasines variopintos y por supuesto innovaciones y renovaciones de los míticos zapatos oxford de los que siempre he sido fiel seguidora. Arte, elegancia, moda y originalidad en unos pocos metros cuadrados. Sin olvidar las mesitas de joyería, con aire retro-victoriano de las que quedé totalmente prendada.
Cuando mi moderador consiguió vencer el magnetismo que me tenía atrapada en ese espacio, nos dirigimos a la sala de prensa. Tras ordenar un par de nesteas y girar a la izquierda, nos encontramos con una sala de ordenadores en toda regla. Apurando el espacio al máximo: cada periodista tenía el espacio justo para apoyar los antebrazos y retocar las fotos a marchas forzadas. David me iba explicando cómo, al terminar cada desfile, los cámaras y fotógrafos corrían hasta allí para poder mandar el material a sus medios. Con la nueva inmediatez de la información, lo de hace un minuto ya es viejo. También, según me contaba, los redactores hacían lo propio escribiendo artículos a contrarreloj desde sus portátiles. Claro que también los había relajados. Eran los casos en los que sus cadenas o revistas no les pedían un YA, sino que preferían recopilar material para editar con más tiempo, despacio y con buena letra.
Mi emoción iba en aumento. Era como presenciar un Goya, un Munch o un Picasso para los amantes del arte. Periodismo en estado puro, a tiempo real y dentro de ese excitante Otro Mundo.
Atravesamos después la puerta de la derecha, que conducía nada más y nada menos que al backstage. Puertas de vestuarios, salas de maquillaje y toneladas de laca de L'oreal. Ese trocito que se ve en la tele, bien como imágenes montadas para las colas de los telediarios que apenas duran 10 segundos o bien para VTR's un poco más extensos, pero que difícilmente enfocan directamente y el suficiente tiempo como para dejarnos captar los detalles. Pues allí, de pie y a escasos metros de peluqueros, maquilladoras y modelos, me sentía una testigo privilegiada. Es precioso ver los momentos de la transformación, el trabajo, la preparación que hay detrás de todo eso. Es como estar presente en el rodaje de una película. Ver cómo funciona el mecanismo que hace rodar ese Mundo Mágico que se ve desde fuera, todo, repito, el trabajo que hay detrás de una estética de ensueño.
To be continued...
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